lunes, septiembre 08, 2008

LA CONCIENCIA DEL CHANCHO

Borges escribió alguna vez que Espinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser. La piedra eternamente quiere ser piedra, y el tigre, un tigre.
Espinoza, en sus encíclicas, sugirió que si la piedra tuviera conciencia de estar cayendo, pensaría que lo hace por voluntad propia.
Hay un fenómeno de conciencia que merece ser resaltado: la conciencia del chancho.
El chancho, al igual que muchos animales (tal vez todos) desconoce su condición porcina.
El perro, que es perro y tampoco lo sabe, tiene otra forma de conciencia: moldeable. A un perro se le puede hacer creer que es un mueble. De hecho, el perro cree, si está rodeado por personas, que es una de ellas.
En cambio, el chancho puede vivir con una familia humana y jamás se reconocerá como un integrante. La conciencia del chancho es abstracta, acaso como si fuera un silencioso testigo de la realidad. El animal no sabe si es un pedazo del mundo o si está incluido en él.
Podemos ir más lejos: si un chancho reencarnara otra vez en su condición, sería lo mismo porque desconoce su propia memoria.
La clave de la conciencia es la memoria; pero el chancho no recuerda nada.
Algunos dicen que ese desdén por el recuerdo es intencional. Sin embargo, me permito refutar esa idea. El chancho desconoce su pasado como su expectativa futura. Todo en este simpático animal es presente.
El perro, por el contrario, necesita de una memoria aunque sea corta. Eso le posibilita, por ejemplo, ubicarse en el espacio, por ende también en el tiempo. Cualquier perro puede ir y volver a lo largo de veinte cuadras con cierta ubicación. Reconoce las casas, la gente, las calles; hace un estudio de su alrededor. Por eso no hay chanchos en la ciudad. Simplemente se perderían al dar el primer paso y cada centímetro de cuadra sería su casa perpetua.
El perro, quizás también los caballos, una vez que adquieren conciencia sobre sí mismos (falsa o real) recuerdan algunas cosas y, gracias a esa pequeña conciencia del tiempo, espacio y condición, interpretan el presente. Por supuesto que no pueden proyectar hacia el futuro. Pero la conciencia del chancho es tan persistente en su ignorancia porcina, que ni siquiera puede imaginar sus múltiples posibilidades futuras, por ejemplo, ser un jamón.
Si el chancho supiera que es un chancho, sabría, por una concatenación lógica, que indefectiblemente va a ir a parar a una góndola de supermercado o a una parrilla. Si llegara a sospechar eso, inmediatamente una angustia se apoderaría de él y ya no querría seguir siendo lo que es. Intentaría expresarse, escribir una poesía, perpetuarse en el tiempo. Pero no. El chancho sigue ahí, ignorando cualquier posibilidad. Nada le importa, nada lo afecta. Tampoco puede gozar de ese presente continuo. Vive despreocupado, sin sospechar nada, ni siquiera que está vivo.
La indiferencia del chancho es proverbial. Uno puede hablarle durante años y decirle “vos sos un chancho, vos sos un chancho”, pero sería inútil.
Es por eso que la conciencia del chancho es persistente. Y también por eso, el chancho es inmortal. Desconoce todo. Quien ha visto a un chancho, los ha visto a todos. No hay ninguna diferencia entre un cerdo nacido en las pampas argentinas y uno escocés. Ni siquiera nacidos con cien años de diferencia. La conciencia, al no tener memoria, es la misma, y todos los chanchos son uno, y todos son del tiempo y todos del olvido.

No estaría mal tampoco creer que el chancho sabe que es chancho, y que no tiene escapatoria a su condición. Por eso mantiene un sabio silencio. Porque sabe que no hay nada que decir y que nada puede hacer. Pero de ser así, sólo su conciencia lo sabe. Quizás el chancho quiere perseverar en su ser, y de algún modo, lo logra.

1 comentario:

Anónimo dijo...

interesante análisis acerca de la conciencia del chancho...
ahora bien, desde mi más profunda ignorancia, me imagino q el chancho no es ningún gil... o sea, si mi futuro fuera una bandejita de Coto o una parrillada, yo también preferiría vivir en un eterno presente!!