sábado, agosto 01, 2015

Y un día fue al cine y volvió, en forma de canción.

viernes, diciembre 14, 2012

CARTA DE LECTORES

Señor Director:
En tiempos donde nadie respeta el derecho del otro a permanecer en su lugar o moverse; donde nadie respeta la libertad...en fin, donde no se respeta la vida y sus complicaciones, es menester contar con un lugar de libre expresión.

Pero bien se sabe que no son los lugares otra cosa que las personas que lo habitan. Entonces me pregunto: ¿dónde están esos libres pensadores que tanto amamos?

He seguido por años este blog, que fue un refrescante espacio de pensamiento, de ficciones, de locuras, música, fotos, y un generoso levante de minas, y noté con amargura que otrora fuimos felices, nosotros lectores, contagiados de ése insigne hombre alto, flaco, buen mozo, siempre bronceado, talentoso y ocurrente, que escribía para delicia de los ciudadanos de aquí y otros países, y de golpe ('out of the blue' como dicen los americanos, sería la más correcta expresion) ésa felicidad se fue apagando hasta extinguirse.

Nadie supo qué pasó.

Primero, lo más feroces rumores afirmaban que nuestro guía espiritual, nuestro generador de alegría, habia perecido. Otros rumores hablaban de que su cerebro había sido guardado en formol, pero en vida. Otros, no menos macabros, juraban que se encontraba internado en una clínica de esas donde internan a los que toman droga.
Los más triviales dijeron que sólo estaba ahí, perdiendo el tiempo, escondido de los acreedores

No puedo, no debo, vivir sin el amor que transmitió durante años No Somos Nada, acaso el mejor blog del país. El blog donde, siempre se supo, leían y comentaban las chicas más lindas (¿acaso no ha dicho su autor "Por mí, que los flacos se mueran. Acá importa el minerío"?)

Es por eso que clamo que nuestro amigo D'Onofrio vuelva; dé la cara si está vivo. Lo perdonamos.

¿Dónde están sus canciones? ¿Dónde están los cuentos quincenales? ¿Los sketches?

No sería justo que se acabe el mundo sin un nuevo post. No sería justo, de continuar el mundo, que ése post no se extienda en el tiempo.

No sólo yo, un adinerado eje de la cultura, quiere leerlo Es toda una sociedad la que lo espera. Es la sociedad la que hace este clamor desesperado por volver a sentir esa alegría, en aparencia irrepetible. ¡Necesitamos ese faro en plena oscuridad!

Internet, con su anonimato fantasmal y sus puerilidades, hace una llamada heroica; o si prefiere, envía un fax. ¿Atenderá ése teléfono a este descarnado pedido?

No deje al mundo esperando.

Que haiga arte,

Carlos Andrés Mastrángello Anzué
DNI 4.3827.4832
Pabellón 9 -presos peligrosos e irrecuperables- Penal de Sierra Chica. Olavarría. Prov. de Buenos Aires.

miércoles, febrero 09, 2011

UNA BÚSQUEDA

Del otro lado de la calle estaba la mujer más hermosa del mundo. Era imposible cruzar hasta allí. Hoy divago buscándola pero no hay señales concretas. Lo espantoso del destino es que los tiempos, cuando se repiten, lo hacen de una forma infame, imperfecta. Creo que la veo, pero no; creo que la recuerdo, pero no. Y el recuerdo se convierte en un recuerdo medio inventado; algo ya apócrifo. No sé si recuerdo a la mujer más linda del mundo, o si la he soñado, o si ella me ha soñado a mí y nada de esto existe.

domingo, octubre 17, 2010

EL SUEÑO, DIEZ LETRAS Y LA MUJER DEL REGRESO

Se me ha revelado, a través de un sueño, una combinación que, en conjunto con otra, funciona como clave (si se me permite la palabra) a una segunda (en verdad sería una tercera) combinación que explicarían los misterios que escribió Thíose en los Kyrodos.
No he soñado porque sí: hace años que intento encontrar alguna respuesta a los misterios de estos textos. Creo que cualquiera que se haya encontrado con los Kyrodos ha intentado alguna vez descifrar los enigmas. La recompensa es mucha: “Thíose y la forma del Regreso Eterno son la misma cosa” escribió el helénico Tálanos en el 200 AC. No ignoraba esto tampoco Schopenhauer que intentó cientos de páginas al respecto. No mencionar a Borges sería algo parecido a una infamia; fue él quien descubrió la secreta influencia de esta búsqueda en Russell y en la asombrosa oposición de Nietzsche al explicar con el segundo principio de termodinámica la imposibilidad del Regreso.
Siglos de estudios terminaron en hartazgo; ya nadie se preocupa por los Kyrodos.
Nadie ignora –hay que admitirlo- que todos los estudios sobre estos textos son infructuosos. Cada pista lleva a otra y luego a otra y así varias veces (la mayoría de las veces veintinueve) hasta que desemboca en el laberinto recto que también menciona Borges –con toda intención de seguir provocando pistas falsas- en La Muerte y la Brújula: A, B, C, D, y así los infinitos puntos.

La clave que soñé encuentra su explicación en el idioma analítico de Wilkins: cada letra es un símbolo que bien podría representar un verbo. Soñé nueve acciones y a una mujer (diez letras). Desperté con la convicción de haber encontrado en ese sueño una respuesta lejana a las convenciones ya escritas por los maestros. No hubo necesidad de ordenar las letras y sus significados; quien sueña una respuesta sabe si está en lo correcto o no.

Derbell escribe en Tratado del Regreso una curiosa analogía: “Se puede buscar la inmortalidad, (...) no tiene ningún sentido. No puede haber peor condena. Nadie ignora que hasta que se encuentre el lugar que amplía todos los sentidos, el punto íntegro de la historia como sostenía Marco Aurelio, lo más cercano a la inmortalidad será el amor”. De algún modo suscribo con Derbell.

La mujer que he soñado (sin posibilidad de que intervenga el azar) fue un viejo amor. En uno de los nueve capítulos del sueño menciona la historia de los heresiarcas; en otro la Crucifixión; en otro una teoría apócrifa acerca de una moneda que Judas habría guardado para garantizar su condena eterna modificando la historia de los 30 dineros por 31; en otro el constante regreso del Hijo a lo largo de los siglos; otro sobre los nuevos herejes camuflados entre la gente común y casi inadvertidos; otro sobre los eternos flagelos que recibe el Hijo hasta el fin de los tiempos en diferentes formas; así ocho veces. En la novena parte ella menciona mi nombre, el suyo, y refiere al romance que hemos tenido. Allí las diez letras.

Sé que debo combinarlas con otras; lo que no sé es si también deben ser diez. Sin embargo sospecho lo siguiente: las letras de su nombre, en alguna combinación distinta, forman una nueva acción que representa otra letra. Las distintas combinaciones deben formar otras letras y otras nueve acciones; luego, como un misteriosísimo álgebra, se juntan las letras y se combinan hasta dar con una nuevo significado que será la clave.

Mientras escribo esto recuerdo a la mujer de mi sueño y creo, igual que Derbell, que es ella quien me acerca a la inmortalidad. Sin embargo sé que he seguido pistas falsas otra vez; sé que el Eterno Retorno es falso. Volver a un lugar no significa que uno se pare exactamente donde estuvo antes. Teniendo en cuenta eso, todo lo que se busca se pierde en el intento. El tiempo que parece volver es un engaño. Con esto quiero decir que nadie es el mismo; nadie regresa, aun cuando parezca que lo hace.

Quizás el misterio y lo irresistible de los Kyrodos radica en eso, en la aparente imposibilidad de resolución, y en dos contradicciones. La primera es quien haya seguido esto que escribo ha seguido también una pista más de las miles que hay (todas inciertas). Sin embargo puedo decir que quien se encuentre con veintiocho pistas más advertirá algo distinto; algo así como la rara sensación de estar volviendo a algún lugar.

La segunda es que quizás –como otra de las contradicciones, tal vez la peor- el Regreso no es otra cosa que la aceptación de la mortalidad; de no otra cosa que el común destino humano. El Regreso es la reducción de todos los hombres a uno solo. Yo, igual que cualquiera, soy todos, y allí están (todos) los Regresos y sus eternas contradicciones. Allí está el atormentador laberinto recto, allí está la traición de los treinta dineros; allí está el sueño que se divide en nueve y forma un nuevo sueño. Allí está la mujer que habla que significa la décima letra. Ella es también Thíose, y yo soy Thíose después de dos mil años; y soy el que escribe, y soy vos que leés.

jueves, junio 24, 2010

LA VOZ EN EL TELÉFONO

- A ver… ¿dónde dejé este teléfono?... ¡Acá está!... 47-6786. Llama; qué raro.
- Hola.
- ¿Hola?
- Hable. ¿Quién habla?
- Ah, qué tal…mire, es un gusto saludarlo.
- ¿Quién habla? No se oye bien.
- Bueno…sí, yo soy uno que lo llama.
- ¡Qué novedad! ¡No me había dado cuenta!
- No lo quiero molestar, nada más llamaba para saludarlo en este día medio fatídico, pero como ha quedado como su día, es siempre una buena excusa para escuchar sus canciones.
- Muchas gracias. ¿Cuál te gusta a vos?
- Y…todas. No me haga elegir una sola, porque escucho todas.
- Bueno, te agardezco.
- No lo quiero molestar más…
- Está bien. Escuchame, ¿mis películas?
- Sí, dígame.
- Que si las viste.
- ¡Ah, sí! ¿Cómo no? Son geniales sus películas.
- No me cargués.
- ¡No, no! Me gustan muchísimo sus films.
- ¿París o Nueva York?
- Una de París, y todo Nueva York. Sobre todo las comedias.
- Jeje, estás como yo. ¿Vos también cantás?
- Después de hablar con usted, la palabra cantar es grande. Se puede decir que lo intento. Todos queremos ser usted en algún punto.
- No me cabe duda. Pero para eso hay que estudiar. Estudiá. Ese es el mejor consejo que le puedo dar a cualquiera: estudiá…aunque para cantar como yo, no hay profesores.
- ¡Tiene razón!
- Jaja. Soy un inmodesto
- Pero sigue siendo el mejor.
- Muchas gracias.
-Bueno, ahora sí, lo dejo tranquilo.
- Che, pará. ¿Qué año es ahí?
- 2010.
- ¡La pucha! ¡Cómo pasa el tiempo! ¿Y los autos vuelan allí?
- Créame que no es tan, tan diferente a como usted vive allí en Jean Jaurés.
- Bueno, querido. Te dejo un abrazo, un saludo para todos, y nos estamos viendo.
- Muchas gracias, señor. Mis respetos a su madre.
- Muchísimas gracias. Después si tenés una fija para el domingo, llamame.
- Seguro. Hasta luego, Carlitos. Gracias por cantar cada día mejor.
- Un saludo. Nos vemos. Chau.

viernes, junio 18, 2010

DOS TIEMPOS

El primer encuentro fue en junio de 1994. Yo era aún muy joven y desconfié del asunto. Un adulto, que veía un partido en el mismo bar donde yo estaba, me dijo que el tiempo es un engaño. Después festejó un gol (todos lo hicimos), saludó a unas personas, me dijo que ya nos veríamos otra vez, pagó y se fue.
Creo recordar que ese episodio me pareció más bien aburrido; escuchar las sabidurías de un hombre en medio de un partido de fútbol es algo insoportable. Recuerdo que desde el ventanal del bar lo vi subirse a un taxi y mirarme con cierta congoja. Supe allí, que en algún momento, el tiempo (que como bien dijo, es engañoso), nos juntaría de nuevo.
Cada tanto me acuerdo de ese tipo triste que me habló aquella vez. No es que prefiera acordarme de eso, pero entiendo que el destino es inevitable. Lo que no sé es por qué no le pregunté algunas cosas sobre mi propio destino. Sé que él sabía, y sé que prefirió callar.
Ayer, como cada tanto, me acordé de eso. Pensaba en ese tipo mientras entraba al bar para ver el partido. Pedí un café y charlé con los que estaban ahí, como hago siempre. Al rato vi al lado mío a un pibe que era, indudablemente, el de 1994. Nos reconocimos fácilmente. Seguí mirando el partido con cierta indeferencia. No quería abrumarlo con las terribles cosas que le depararía el futuro; mejor dicho, con el destino, que es casi siempre el mismo que el de todas las personas. ¿Para qué arruinarle esa mañana con algo que, indefectiblemente, descubrirá solo?
Ahí estaba, mirándome con alguna intriga. Cuando advertí que iba a preguntarme algo, lo miré fijo y le dije “no hagas caso a esto; el tiempo es engañoso”. Fue lo único que se me ocurrió. Noté su silencio desesperanzado; entendí que si le hubiera dicho algo más, lo hubiera aburrido aún más de lo que estaba. No necesité contarle que la vida sigue, que algunas veces se enamoraría con más éxito que otras, que alguna vez saldría lastimado, que ganaría mucho y perdería más; que debería aprender a no lastimar; podría haberle allanado ese camino. Todavía creo que es mejor que lo entienda solo.
El gol de la selección vino a sacarme del problema de tener que seguir allí, en ese silencio incómodo. Gritamos el tanto, saludé a los parroquianos y le dije al pibe que ya nos encontraríamos. Quizás lo dije para evitar que pregunte algo. Pagué y me fui.
Por suerte, pasó un taxi y me evitó tener que caminar en el frío. Cuando subía, pude verlo mirándome desde el ventanal. Algo en esa mirada pronunció mi tristeza: lo ha entendido todo.
No sé aún, cuando nos volveremos a ver.