jueves, junio 26, 2008

EL FANTASMA DEL ARROYO

Durante siglos busqué donde dormir tranquilo.
Mi condición, espantosamente eterna, dificulta mi trabajo. No recuerdo ya más que las sensaciones que viví en algún momento; es imposible hoy recordar cómo eran las cosas. Cómo era yo.
Cada tanto paso frente a espejos. Apenas me devuelven una imagen borrosa; tanto que no alcanzo a distinguirme. Apenas me confundo entre sombras que no son mías. Yo ya no tengo sombra.
He sido fantasma más tiempo que hombre.
Los fantasmas no dormimos. Por ese motivo, las personas creen que asustamos. Nada más falso. Sólo buscamos una cara amiga, alguien que nos sonría.
Todos estos años anduve divagando en todas las tierras posibles. Cada acercamiento a alguien venía acompañado de gritos y llantos.
No es que los fantasmas seamos melancólicos. No se confunda usted. En todo caso la proverbial melancolía de nuestra condición es tal vez un acto de resignación.
Para algunas personas un fantasma puede ser un milagro. Para mí, el milagro tiene forma de persona.
Cansado de andar y andar, de asustar sin proponérmelo, pasé mis días y mis noches bajo un puente. La vera del arroyo era mi casa. El agua, única compañía, sufría una inusual vitalidad cada vez que me acercaba. Quizás pase años enteros viendo correr el agua en una misma dirección. ¿Qué más puede hacer un fantasma que ver el agua correr, cuando ya lo ha hecho todo?
Una noche de invierno en la cual no tenía frío (los fantasmas no tenemos frío ni calor) sentí algo que no experimentaba desde mis tiempos de mortal. Sentí sueño. Me asusté. Los fantasmas no podemos tener sueño. Aunque hubiera estado buscando poder dormir, estar siglos sin hacerlo y una noche encontrar el cansancio fue algo para alarmarme. Supe que estaba confundido. Decidí irme. Anduve por muchos lugares y encontré, en una casa, una ventana abierta. Sabía que al entrar, si era advertido, generaría un escándalo. No quise asustar a nadie más, pero pude divisar un gran espejo en la puerta de un armario. La tentación de verme, de intentar verme, aun sabiendo que no lo lograría, ganó la partida. Decidí entrar. Me confundí con el viento y traspasé las cortinas. Me acerqué al espejo. Brillaba, era tan limpio. Sentí una extraña emoción junto a un aturdimiento: pude, apenas, pero más que otras veces, ver un poco de mi cara; de mi vieja cara. Pude reconocerme apenas; pero pude reconocerme. Aun confusa la imagen quise recordar cómo se llora, pero no lo logré. Acerqué mi mano al espejo para tocarlo y divisé vagamente mi reflejo haciendo lo mismo. Creerá el que siga este relato que es mentira, pero pude sentir apenas el frío del cristal. Tal vez un mortal no lo hubiese hecho, ni siquiera se hubiera dado cuenta, pero yo sí. Nunca había sentido el frío.
“¿Qué se cree que hace?” Escuché. Me di vuelta rápidamente sin saber quién hablaba. En la cama despertaba una mujer joven.
- ¡A usted le hablo! ¿Qué se ha creído entrando así? ¿No ve que soy una mujer?
- Disculpe- contesté, sin entender por qué lo hacía. Podría haber huido, pero nadie me había hablado así. Creo que contesté sólo por reflejo. – No quería incomodarla. Sólo quería ver el espejo.
- ¡Qué espejo, ni espejo! Es usted un mal educado. Meterse en el cuarto de una dama que duerme. ¿Qué clase de caballero es usted?
Me quedé mirándola tan sorprendido que no sabía qué decir. Ella se incorporaba. La luz que entraba por la ventana me dejó ver su cara. No había visto una mujer tan hermosa en tanto tiempo, que ya ni recordaba la última vez. Abría los ojos e intentaba peinarse. Este acto la despeinaba aun más, pero así y todo se veía bellísima. Intentó prender la luz de un velador y la detuve.
- Por favor, no prenda esa luz. Soy un fantasma que se mueve con más destreza en la oscuridad. No la molesto más.
- ¡Un fantasma!- dijo ella con tono de burla. – ¡Por supuesto que es un fantasma! ¿Me toma por estúpida? Ya me di cuenta de eso. Pero esa no es excusa para entrar en mi habitación. Si por lo menos fuera de día, o yo estuviera presentable...
- Es usted hermosa aun cuando duerme- la interrumpí. – No debe preocuparse por eso.
Me miró como intentando refutarme, hizo un ademán y parecía pensar algo.
- Bueno, ¿qué quiere?- preguntó.
- Ya le dije, sólo quería verme al espejo. Pero ya me voy.
Siguió mirándome fijo. En ningún momento dio señales de miedo; por el contrario, estaba muy segura y enojada.
- ¿Y para qué quiere verse un fantasma en el espejo?
- Bueno...creo que tal vez para recordar.
- ¿Recordar qué?- Preguntó menos enojada que curiosa.
- El hombre que fui.
Se quedó callada. “Dese vuelta y no mire” dijo en tono imperativo. Hice caso a su pedido ya casi sin entender absolutamente nada.
- No vaya a mirar. Lo único que me falta, un fantasma degenerado.
Cuando dijo eso me puse a reír.
- ¿De qué se ríe?- preguntó.
- De lo que dice.
- Amigo, un fantasma que entra sin avisar al cuarto de una dama, no es alguien de fiar. Ya puede darse vuelta.
Se había puesto una bata por encima del camisón. Estaba yo sorprendidísimo. A cada segundo la veía y la notaba más linda. Creí estar en presencia de la mujer más linda del mundo.
- Disculpe señorita, pero, ¿no tiene usted miedo de que yo esté aquí?
- ¿Miedo?- Contestó con sorna. ¿Usted además de fantasma es loco? No me haga reír. Ese miedo es para supersticiosos.
- Bueno- repliqué- esos mismo supersticiosos son los que creen en fantasmas. Si usted es escéptica mucho dudo que pueda verme.
- Claro, seguramente estoy hablando sola. ¡Hágame el favor! Usted es un fantasma y punto. No necesito creer o no creer. Aquí está usted con toda su condición fantasmagórica. Yo lo veo y estamos hablando. Mal momento sería este para no creer en fantasmas.
Otra vez me hizo reír.
- Es usted muy inteligente. Gracias por no asustarse.
- ¿Mucho le temen?
- Sí. Sabe, hace siglos que no hablaba con alguien. Usted ha sido la única persona que no ha gritado al advertir mi presencia.
- Eso debe doler mucho- me dijo más tranquila mientras se sentaba al borde de la cama. Yo me senté en una silla frente a ella.
- Sí- contesté. – De las cosas que recuerdo, una de ellas es el dolor.
- ¿Y cómo lo supera?
- Me distraigo mirando el agua del lugar en donde vivo.
- Yo me llamo Carolina, ¿y usted?
Nadie jamás había preguntado mi nombre. Volví a sentir una emoción muy fuerte.
- No lo recuerdo, Carolina. Hace tanto que perdí mi vida, que ya no recuerdo ni cómo me llamo.
- Bueno, para mí entonces usted será “El Fantasma”
No exagero si digo que era la mujer más linda que haya viso jamás. Su actitud era cada vez más generosa y cálida. Se interesaba por mí y lo demostraba.
- Sabe- dijo Carolina,- siempre he querido ver un fantasma. Usted es el primero que se me aparece.
- Me alegra tener ese honor. Ahora entiendo por qué no se ha asustado.
- Puede ser, sí. De todos modos quisiera saber cómo ayudarlo. Me da mucha pena que sienta ese dolor.
- No, no sienta pena, por favor. Estoy acostumbrado. Al fin y al cabo soy el reflejo de un hombre que alguna vez fui. Eso ya es lo suficientemente triste como para estar bien acostumbrado. Cargaré con eso toda la eternidad. Lo único que aplaca el dolor es la esperanza del milagro, porque si el milagro sucede, entonces yo también tengo una esperanza.
- ¿Y cuál es ese milagro?
- No lo sé aun.
- Mire, yo no creía en los milagros. Pero usted se ha metido por esa ventana y está hablando conmigo.
- ¡Eso no es un milagro!
- No para mí, pero sí para usted. Usted se ha metido en mi sueño. Jamás he soñado con fantasmas y ahora sueño con usted, y usted está soñando...
- Con la mujer más bella del mundo.
- Pero usted no quiere soñar con la mujer más bella del mundo. Su sueño es otro. Mientras ambos nos soñemos estaremos creyendo que la esperanza existe. Este sueño que nos une es el inicio de un milagro, que no sabemos dónde está, ni de que forma se manifestará, pero la señal es evidente. Yo quería ver un fantasma y ahora sueño con usted. Usted quiere una sonrisa. Déjeme cumplir su sueño.
Carolina se levantó y tomó una chalina de seda. Me la puso al cuello.
- Ahora despertemos. Las señales están tan cerca que a veces no las vemos. Yo soy su señal, usted es la mía. Ahora podemos creer.
Me tomó de las manos y me besó en la mejilla. Pude sentir ese beso como si yo fuera un hombre. Nos miramos. “Nos veremos pronto. Creamos que así será” me dijo y como el mejor acto de amor del universo cumplió mi sueño; me sonrió

Desperté al lado del arroyo. Después de siglos dormí en paz y soñé que la mujer más hermosa del mundo me sonreía. Podía sentir el roce de sus manos y su beso. Toqué mi cara y pude distinguir rasgos. El viento soplaba fuerte y tuve frío. Algo se movía en mi cuello. Era su chalina.
Me senté mirando el arrollo. Cubrí mi cuello del frío con la chalina como si fuera una bufanda. En ese momento advertí lo más hermoso del mundo: el arroyo había cambiado su cause. El milagro había sucedido. Ahora había una esperanza, tal vez ,de volver a verla o soñarla. Ahora puedo creer que así será.

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