jueves, julio 19, 2007

MARCELO EL REMISERO

Hace días que vengo recordando a un personaje muy particular que tuve la suerte de conocer hace unos años, y aunque tal vez a nadie le importe, quiera compartir la bizarra historia de Marcelo.
Para esto primero debo aclarar algo: de las únicas dos virtudes que tengo, creo que una de ellas es que tengo cierta capacidad para interpretar las características de las personas. Puedo pasar horas y horas viendo a la gente en determinadas situaciones (en muchísimos casos la misma situación) y estudiar como reaccionan ante el mismo o diferentes estímulos. Eso me ha interesado toda la vida. Entonces creo que si tuviera que definir ese aspecto de mi vida se llamaría "estudio de idiosincrasias"
Una de las cosas que más me llama la atención es la necesidad de expresión de los sujetos, tal vez ante mensajes innecesarios, pero resultan también, hijas de este afán de expresión, conclusiones y frases muy ingeniosas y hasta lúcidas de parte de la gente menos pensada.
No espero que un abogado me explique los vericuetos de la justicia, sería algo redundante y estúpido en sí. Podría decirse que inclusive tiendo a desconfiar en la gente que se preparara en los ámbitos universitarios. Tampoco pondero a los que no han estudiado nada (como mi caso), pero en éste modesto análisis que hago todos los días, encuentro mejores resultados en los menos preparados (salvo en mí, que hablo sin coherencia en demasiadas cosas) y muchas canalladas en los estudiantes de algunas carreras que tienden a dividir a las sociedades en los que tienen más y los que tienen menos.
Pero hay algo mejor en todo esto: la necesidad de expresión, fomentada quizás por la angustia de la vida cotidiana, deja ver en el que se expresa una tendencia a la exageración. Hay personas que son grandes actores sin saber que lo son; utilizan frases correctas y elocuentes, hacen un estupendo uso de los silencios y rematan sus anécdotas con finales insospechados y efectivos. Todo esto hace que uno no sepa si su interlocutor está mintiendo o ha tenido una vida majestuosa.

Esta introducción es para contar la siguiente anécdota.

Yo hice quinto año del secundario libre. Rendí 16 materias en una semana con un solo fracaso, que era una materia que arrastraba desde segundo año. El día que terminé todos mis exámenes salí del colegio a las 9 de la noche (fui el último alumno en rendir, me quedé supervisando el papelerío para que no haya errores en la transcripción de las notas y ese fue el fin del colegio, fui el último en salir y ahí cerró para siempre). Salí, me fui a mi casa y armé un bolso, agarré mis intrumentos, unos grabadores, miles de cuadernos y me tomé un remise a la casa de un familiar en Vicente López, en la provincia de Buenos Aires. Eran como unas vacaciones. No quería saber nada con el centro porteño por un buen rato. En aquellos días andaba muchísimo en remise, mucho más que en taxi y colectivo. Adonde sea que fuera iba en remise.
Ya en Vicente López, que es más barrio, caminaba por algunos lados, pero me dedicaba a tomar sol, nadar y escuchar música (ya entraba el verano). Los fines de semana venían mis amigos y nos quedábamos en la casa varios días.
Una noche muy tarde, estaba con uno de estos amigos y tuvimos que venir al centro. Llamé a una remisería que yo no conocía y nos enviaron un auto con el conductor más raro del mundo: Marcelo. El tipo era flaco, canoso, de rulos, un tanto parecido a Luis Zamora.
Tocayo mío, en muy pocos minutos entablamos conversación. Yo iba en el asiento del acompañante y mi amigo atrás con unos equipos. No sé como cuernos el tipo nos empieza a explicar una historia extrañísima en donde él conoce a una chica de este modo:
"yo tengo unos amigos que conocían a una mujer casada. Ellos le hablaban de mí, que Marcelo esto, que Marcelo aquello y ahí quedó. La cosa es que la mina al tiempo tiene un hijo y mis amigos me invitan a una reunión para conocer al hijo. Yo no la había visto nunca. Cuando me la presentan, ella me saluda de una manera que se me insinuaba y ahí me di cuenta que tanto le habían hablado de mí que ella se enamoró sin conocerme. Pero no se enamoró de mí; se enamoró del personaje (reitero esto último porque tantos años después aún me suena en la cabeza: no se enamoró de mí; se enamoró del personaje). Ella me pregunta si quiero alzar al hijo y yo, ni lerdo ni perezoso, cuando agarro al nene le acaricio la mano".

La historia era de lo más inverosímil. Estábamos muy tentados, pero juro que era atrapante. El tipo lo contaba como si lo estuviera viviendo. Gesticulaba, utilizaba los tonos exactos para ilustrar cada situación. Tanto me llamó la atención la forma en que lo contaba que indagué no menos de tres veces acerca de eso de "no se enamoró de mí, se enamoró del personaje". El tipo lo explicaba muy bien. Estaba convencido de que tanto le habían hablado a la mina de él, que ella lo idealizó de tal manera que se enamoró de esa proyección. Me pareció una historia tan mentirosa como auténtica. Era improbable, pero por otro lado era factible. Yo prefería y prefiero creerle.
Tan bien me cayó esa historia que cada vez que llamaba por un remise, pedía que lo enviaran a Marcelo. Con el tiempo nos fuimos haciendo amigos. Siempre me contaba historias así, pero yo le pedía siempre que me recordara la anécdota anterior.
Una vez me llevó al Aeropuerto de Ezeiza a las 6 de la mañana, yo tenía que recibir a alguien y el tipo se dormía mientras manejaba. Pensé que nos íbamos a matar en el camino, pero logramos llegar. Como el vuelo estaba demorado le dije que se fuera, que yo me quedaba ahí y me dijo "yo te espero, me voy a sentar" y se sentó en una de las sillas de la sala de espera de los arrivos y se quedó completamente dormido. La gente lo miraba y yo no podía parar de reír. Lo iba a despertar y me decía "Estoy cerrando los ojos nomás".
Por aquella época pasé un tiempo en un departamento en Martínez. La zona es muy linda y estaba muy tranquilo. Nos habíamos ido ahí con la novia que yo tenía en ese momento y como ella viajaba hasta el centro, creo que por temas estudiantiles o de trabajo, no recuerdo bien, yo iba hasta Vicente López por la tarde para trabajar en unos negocios que tenía en aquel entonces con un productor televisivo en el Paraguay y que resultaron truncos. Cierta noche se me hizo muy tarde y obviamente llamé a la remisería. Llegó Marcelo y tenía ganas de que me contará cuáles eran las mejores técnicas para conquistar chicas en una cena romántica. Yo quería impresionar a mi novia y solo Dios sabe por qué le pregunté a este hombre. Tal vez en el fondo yo quería creerle. Tal vez quería llevar a cabo algunos de sus consejos. Yo ponía mucho interés en lo que me contaba aunque sabía que jamás iba a hacer tales cosas. Lo primero que dijo fue algo así como: "Es elemental la música Marcelito. Vos para impresionarla tenés que hacerle una cena y cuando están por comer ponés un disco". Obviamente la pregunta caía de madura.
-¿Qué disco?
- Alguno de Nino Bravo- me contestó.
Si bien por dentro me reía, el tipo era verdaderamente querible. Yo seguí en el juego.
- ¿Sabés que no conozco de Nino Bravo? Nunca lo escuché más que en un tema o dos, pero ni los recuerdo.
- Claro, vos sos chico- dijo y se puso a enumerar canciones y a cantarlas. - Ahora se escucha Luis Miguel, pero Nino Bravo es mejor- remató
- ¿Funciona? ¿Te dio resultado?
- ¡Pero claro! Y si no un bolero de los que hace este chico Luis Miguel, pero los verdaderos, los de Armando Manzanero. Eso también es romántico-.
Luego dio una definición de las mujeres inolvidable:
"Las mujeres son como las rosas. Pueden ser hermosas, pero si las agarrás mal, te podés lastimar. Hay que saber tratarlas. Se las trata con amor. Si no sabés manejar eso, te clavás una espina. Hay que seducirlas todo el tiempo y cuidarlas. Ser romántico siempre".

Jamás coincidí con esa idea, pero era imposible no agradecerle por tal consejo. Nunca era ordinario, al contrario, Marcelo era un romántico, defendía el amor y sus ritos. Y eso me parece algo mucho más noble que andar hablando puerilidades sobre las mujeres. El gran Marcelo no hacía esos comentarios de "las minas son todas iguales, quieren...." No, el tipo defendía su idea de la seducción de manera asombrosa.

Después de esa vez creo que nunca más nos vimos. Dejó de trabajar en la remisería, yo volví a vivir en el centro de la Capital Federal y perdí contacto. Y si bien Marcelo era un personaje raro, divertido y excéntrico, para mí conserva aún cierto misterio, porque siendo un observador de las personas, de sus virtudes, de sus defectos, nunca supe si Marcelo mentía o no. Tampoco me importaba ni me importa, porque yo le creo. No sé si a él, pero sí al personaje. Y otra vez ronda en mi cabeza la idea de que no somos más que aquello que nos creen o se percibe de nosotros.
Siempre, como ya he dicho varias veces en este blog, prefiero creer, y sobre todo en estas personas, en aquellos que hacen de un silencio, un discurso maravilloso.

1 comentario:

MACRÀN dijo...

Qué calidad de narrativa!!! Excelente!!! No se cómo llegué acá; pero debo felicitarte. Un placer leerte.-
Abrazo.-