jueves, enero 11, 2007

A CUALQUIER AMOR

No había yo encontrado diferencia entre los tiempos. Diocleciano recorría los jardines de Tebas con la mirada, como Blake las precarias calles londinenses en siglo XVIII de la misma forma. De todos modos, a su manera, ambos eran intratables.
Nunca pude comprender si sólo soy un viajero crónico.
Tuve la oportunidad –tengo- de enamorarme de las más bellas mujeres. Incluso de las más inteligentes. De todas maneras las más inteligentes, son las más bellas.
Los primeros desencuentros y decepciones amorosas (ya ni siquiera recuerdo si en aquel entonces Homero culminaba su obra) lograron enseñarme algunos secretos; y aunque en el amor no hay estrategias, aprendí a distraerme para olvidar, por un rato, el dolor.
Entre esas distracciones, las charlas con amigos eran de las mejores. Recuerdo la cara de Poe, su entusiasmo, cuando contaba que iba a escribir sobre un joven enamorado, sin saberlo, de su bisabuela. Él debe haber recordado las caras nuestras, entre divertidos y espantados, hasta el final de sus días…Si es que ese final existió. Creo que él también anda por ahí, esbozando historias nuevas. Según me comentaron decidió instalarse en Francia, pero no logré encontrarlo.
Pero de esas distracciones, la mejor, mi favorita, es continuar buscando el amor. Probablemente sea algo que no se encuentre nunca, pero intentarlo no está nada mal. Y cuando comprendí eso, supe que hay grandes amores, pero no únicos. Si estos existieran, si hubiese un solo amor, entonces habré encontrado el río que Cartaphilus buscó durante siglos.
Cada mujer, cada gran amor, cada pérdida, cada búsqueda y cada encuentro fallido me han traído como consecuencia vivir millones de veces. Cada amor es una vida. Cada vida, un amor.
Por eso, habiendo vivido todas las vidas, no he vivido ninguna. ¿Qué diferencia hay entre el primer amor y el último? ¿Qué pruebas tenemos que Romeo y Julieta no son los mismos que aquellos dos que sufren por desamor en alguna esquina de esta ciudad.
Si el primer amor es igual al último y este a su vez a los que vendrán, entonces debo aceptar lo irremediable: cada mujer, cada encuentro, me hará ser todos los hombres; me hará ser ninguno. Y es por eso que viviendo las diferentes vidas dentro de un mismo amor eterno –más no único- pagué con la peor de las condenas: Me convertí en inmortal. En un inmortal que busca incansablemente el agua del río. Pero no para beberla y ser el ninguno de los todos, si no para saber, aunque sea en el final, que aquella ilusión fue más que eso.
Y aunque tal vez cada esperanza esconde un desengaño, habrá valido la pena el viaje. Porque aunque no haya un único amor, será quizás lo más cercano a eso. Aun cuando sea tan igual y tan distinto a cualquier momento. A cualquier amor

2 comentarios:

Apalabrada dijo...

Hola: Vengo de lo de Podeti y digo:
¡Sí señor! Las mujeres más inteligentes somos las más bellas!Carajo mierda.

¿Dije una pavada?
;)
Saludos

Anónimo dijo...

Para nada. No es ninguna pavada señorita Apalabrada. Científicamente comprobado: la inteligencia es proporcional a la belleza y viceversa. De cada diez casos de mujeres inteligentes, nueve son lindas y la otra medio fulerona pero la remonta con el bocho. Y de cada diez lindas, ocho inteligentes...las demás, salen por televisión. Seguramente usted es bella e inteligente, sobre todo si sella su opinión citando a Mirta Legrand. Ese remate hace irrefutable cualquier cosa. Suponga usted que en una conferencia científica aparece un tipo que dice: "El mundo así como lo vemos, no es más que la representación de otra cosa, un mero símblolo. ¡Carajo mierda!"
El auditorio estalla en aplausos y el hombre en cuestión se lleva el Nobel a la pulentería, que no es poca cosa.
Gracias por venir y es Usted muy bienvenida