domingo, octubre 22, 2006

MARÍA WALESKA Y LA RUPTURA DE LAS PROMESAS

Hace unas noches, leyendo una curiosa biografía de Napoleón Bonaparte, pero dedicada a sus amores, me topé con un dato que desconocía, o al menos no recordaba, pero no debería conocerlo en detalle, ya que me ha sorprendido y me ha hecho dar cuenta de una cosa bastante importante.
La cosa, en resumen, era que para el año 1810 Napoleón tenía en una mano a casi toda Europa. El Imperio Francés estaba en su apogéo y Bonaparte andaba de un lado al otro invadiendo tierras y conquistando minas. El asunto es que necesitaba un hijo (un hijo legal, ya que tuvo varios extramatrimoñiales) que lo sucediera. Como la emperatriz Josefina ya no podía tener hijos (tenía dos de su matrimonio anterior), Napoleón tuvo que divorciarse y buscarse una nueva mujer. Esto no significaba que el emperador no tuviera amantes, al contrario, como todo el mundo sabe, tuvo muchísimas, pero había que elegir alguna que fuera favorable a la estrategia de conquista europeo.
Bonaparte había elegido, antes de separarse de Josefina pero ya sabiendo que tendría que divorciarse, a la hermana del Zar de Rusia Alejandro. Ahí se fue Napoleón a tramitar un poco ese asunto, ya que Rusia era una potencia muy importante y tener una emperatriz de esa nacionalidad le evitaba a los franceses cualquier tipo de guerra y seguían anexando territorios (no Rusia, pero sí países que hoy son conocidos como toda la zona de los países bajos). Pero en el camino se presentó un problema implacable y voy a detallar un asunto que es conocido en los libros de historia, pero no al punto que quiero llegar (con lo que me ayude la memoria, ya que no he consultado ningún libro antes de venir a escribir esto, aunque debería haberlo hecho).
Napoleón anduvo por Polonia. Ya todos sabemos que a él le gustaba ese país y su gente. Pero más aun le gustaba María Waleska, su famosísima amante, quien le fue entregada (indiréctamente) por su propio marido para salvar la causa Polaca, que estaba siempre peleando su independencia de los rusos y de cualquiera que intentara conquistar su tierra.
Napoleón quiso mucho a Waleska y ella también a su amante. Aquí es donde se da el primer problema, y fundamental: el Emperador le promete a María pelear también por la causa polaca y su liberación.
Mientras tanto aún pasaban dos cosas, Josefina ni sabía que se tendría que ir de Las Tullerías y el Zar ruso estaba un poco desconfiado de Bonaparte, y aunque mucho no le importaba entregar a la hermana, lo pensó un rato largo. Todo se dilató y la mina se casó con otro y entonces Napoleón pidió casarse con la otra hermana. Hubo aqui otro problema: La madre del Zar Alejandro, la Zarina de Rusia, no quería saber nada conque una hija suya se casara con un Bonaparte, y menos con el Emperador de Francia y mucho menos que la que se casara fuera su hija menor, de catorce años ya que la Zarina bien sabía de la fama de mujeriego de Napoleón.
Napoleón se encontraba en Polonia, conviviendo con Waleska en un palacio y esperaba una respuesta de Alejandro.
Volvió a Francia y la despachó a Josefina en medio de un escándalo en una cena privada y después se deprmió un poco.
Se fue de vacaciones, pasó navidad y año nuevo de todos modos con Josefina y sus hijos y volvió a sus actividades.
En Rusia, aparte del frio, corria otra cosa: el rumor de la Zarina, que utilizando todos los trucos posibles para evitar el casamiento sí o sí, andaba diciendo por todos lados que Napoleón era impotente.
El entorno de Bonaparte, muy fomentado por su hermana, le empieza a decir que se case con María Luisa, princesa de Austria. Napoleón aun esperaba que la hermana menor de Alejandro se casara con él. Pasados los meses, el emperador decide que era muy conveniente tener a la austríaca en la gatera por cualquier cosa y le pide nada menos que a Josefina (que no tenía nada que hacer) que la vaya hablandando a María Luisa, ya que a él no le iba a dar bola diréctamente por la enemistad que había entre los dos pueblos.
Ahora llegamos a la recta decisiva:
Napoleón decide que le pone todas las fichas a la rusa y que a cambio del matrimonio le daría a Rusia varios territorios, entre ellos Polonia, que los iban a poder invadir a gusto y él ni se iba a meter. Esto es comunicado por la cancillería francesa a Rusia y de Rusia se filtra a la cancillería polaca y de ahí a Waleska que lloró, desconsolada, la noticia.
Un día llega María Waleska a París. Lo encara a Napoleón, previa cita, que el emperador no quería aceptar y por cortesía dijo que sí y le dice: (puede ser no textual)

-Mirá Bonaparte, me vine desde Polonia, mi patria, que la llevo tatuada hasta en en los huesos, para decirte que así como me ves, no es que haya engordado, si no que estoy esperando un hijo tuyo y va a ser varón.

Napoleón festejó la noticia con emoción y le dijo a María que él niño sería nombrado duque de no se qué en Polonia y mientras seguía hablando con alegría, Waleska lo cortó en seco y le dijo: (también puede ser no textual)

- Napoleón, ya me he enterado que has planeado casarte con la hermana de Alejandro y que a cambio de esa boda, entregarás la República de Polonía a los rusos que son villanos y traidores y has roto la promesa que me hiciste de permitir que la causa polaca se desarrolle sin ninguna invasión.

Ahí nomás Bonaparte bajó la cabeza consternado, se quedó en silencio durante veinte minutos y solo Dios sabe que habrá pensado, en el futuro, en el pasado, el las promesas, en su ex mujer, en que la Zarina y el Zar lo tenían repodrido con sus chismes, y agarró y le dijo a María:

-Voy a cumplir con la promesa que te hice. Me casaré con María Luisa.

Ahí está. A esto quería llegar. El tipo, por haber sido increpado por su amante, en un momento justo, decidió una cosa que le cambió la vida; porque tal vez si lo agarraba mejor parado esto no pasaba, no lo sabemos, decidió de golpe casarse con aquella que era el plan B y que, como se ha dicho muchas veces, bien a colaborado para hacer caer el Imperio.
Las consecuencias de esto fueron muchas, una de ellas el enojo de Alejandro con Napoleón por haber repudiado a su hermana, lo que desencadenaría una guerra que sería el principio del fin imperial.
Habiendo podido casarse con otra, con cualquiera, habiendo podido no recibir ese día a Waleka, inclusive habiendo podido haber matado a María Luisa durante la invasión austríaca (Nueve meses antes de este episodio, Napoleón había estado en Viena a los cañonazos y las bombas caían en el jardín del palacio y alguien le avisó que el Rey había escapado pero no asi su hija (María Luisa) y Bonaparte mandó a correr los cañones en un gesto de galantería para no alterar a la princesa).
Habiendo podido optar por cualquier cosa, prefirió cumplir su promesa.
Por eso quiero reflexionar sobre este hecho. Sobre las cosas que decimos y hacemos y tal vez conectar nuestra propia historia con la siempre estupenda historia francesa que es tan completa, misteriosa y pintoresca.
Es increible cuando los hombres somos enfrentados con nuestro propio destino y también con el pasado. Cuando esas dos cosas se juntan, puede ser todo gratísimo o espantoso. Es muy curioso ver lo que sucede cuando los hombres salimos del cronos y nos toca un kairós. El momento de decidir, y no por decidir apresuradamente se decide mejor y tampoco por pensar en frio.
Quisera tomarme el atrevimiento de dedicar todo este tramo de la historia. sobre todo este tramo final, donde Napoleón decide, entregándose al destino, creyéndolo hijo de su propio razocinio, cumplir su promesa, a todos aquellos tipos que alguna vez prometimos algo, aun sin saber si lo podríamos cumplir, o inclusive prometer cosas que ya de antemano las sabemos mentira. De todos modos es más noble prometer algo que uno sí intenta hacer. Como prometer amor eterno, cosa que no existe, pero que uno en ese momento tal vez sí cree y hace todo por lograr hacer efectiva su promesa.
Pero más noble y elegante aún es dedicarle todo esto a las minas que alguna vez nos han prometido algo y a los que hemos sido víctimas de esas promesas infames, sabiendo bien que es mentira todo, que no hay promesa perdurable, que no hay ese amor que ellas juran hasta uno inclusive muerto, y benditas sean esas mujeres que nos fallan a las promesas. Porque si asi fuera todo, si nos amaran para siempre, no habría misterio, no habría seducción (ya que todas las minas estarían ocupadas amando a otro), no habría galantería, ni andaríamos corriendo los cañones para no molestar a las princesas.
Está muy bien que una mujer cumpla su palabra (tampoco son impunes 100%), pero están igual de bien las que, de vez en cuando, todo lo prometen y nada cumplen...
Al fin y al cabo son las que más nos gustan.

Nota del día siguiente:
Habiendo escrito ayer esta crónica, he pensado mejor el asunto. Me parece, que si bien nos gustan aquellas que no cumplen nada, más respetables son aquellas que nada nos dicen y en máxima discreción todo lo dan. Esas sí son damas. Mucho más todavía nos gustan esas minas y más las queremos, por sobre todas las otras. Dedicado, entonces sí, a todas las que nunca prometen nada y dan todo sin pedir nada a cambio.

SALUD A ELLAS...

18 comentarios:

Anónimo dijo...

wow!!! la historia de mi vida! que mal!

Anónimo dijo...

Sensacional muy buena y divertida la forma de contar la historia

Artista Claudia Mercatante dijo...

María Walewska lo miró otra vez a causa de sus preguntas, pero prefirió no hablar de aquello que le oprimía tanto el corazón.
-¿ Me amas aún? –le dijo Napoleón.
-¡ Sí! Tú lo sabes. Muchas veces te lo he dicho.
-¿ Has dejado de confiar en mí?
-¡ No! –le contestó María con firmeza.
-Bien, eso me agrada –hizo una pausa y después agregó-. Yo resguardaré el porvenir del niño. Tenlo por seguro –ella sonrió-. Sin embargo, hay otro asunto que nos concierne...
-¿ Cuál? –se adelantó la joven polaca, como si no supiese puntualmente a qué hecho estaba haciendo alusión el Emperador.
-A veces –le explicó al mirarla fijamente a los ojos- tu dulce boca me reprocha la posición en que se encuentra Polonia.
-Es que me hablaste de su restablecimiento –él, en ese instante, no pudo evitar pensar en el Zar Alejandro-. Sí, ese es mi sueño, el verlo hecho realidad lo más pronto posible.
-Mi pequeña María, la política tiene innumerables conflictos que lo obstaculizan todo a su paso. Compréndeme, te lo pido. Ten un poco más de paciencia. Las cosas no son tan fáciles como piensas. Esto es así desgraciadamente...
De pronto, se detuvo Napoleón en lo que le estaba diciendo a la joven al no poder contener más ese terrible estado de angustia que lo laceraba en su interior. Por ende trató como un soldado herido de reclinarse sobre las almohadas, y cerró los ojos al buscar con desesperación un refugio ante aquel despiadado vendaval de emociones que lo azotaba sin piedad. No obstante percibió después, que unos labios se le acercaron a los suyos con una suavidad cautivante.
“¿ Será un ensueño en medio de esta horrible agitación?...–se preguntó en silencio, más al sentir que María Walewska lo besaba, no opuso resistencia, y se dejó llevar por un inconfesable ardor.

“Cuando dejes de amarme, recuerda que yo te sigo amando”. Por un momento su mirada se detuvo en la inscripción del anillo que daba vueltas entre los dedos de manera inquieta. La condesa Walewska le había obsequiado aquella sortija de oro y esmalte entrelazada con sus cabellos rubios, antes de partir del palacio de Schoenbrunn. Pensaba en que ella ya no estaba más allí. Pensaba en que ella le daría un hijo y lo que esto implicaba, a mas del porvenir...
“Su inmensa dulzura se ha alejado de este lugar como un encanto pero..., finalmente tendré el hijo tan ansiado de mi pequeña María. Cuántas perspectivas se abren ante mis ojos, mas también cuántas dificultades... Habrá que resolverlas. No importan los obstáculos, ni los sufrimientos venideros. Tendré que decidirme... Sí, deberé hacerlo. Mi vida peligra constantemente. Esto es un hecho. Staps lo ha demostrado con claridad. ¿ Y los Iluminados? Tienen que ser ellos los culpables... Si muero, todo este gran edificio se derrumbará irremediablemente. No lo puedo permitir. ¡ No! Hay que evitarlo a cualquier precio. La política no tiene corazón. Eso lo sé bien..., demasiado bien. El precio va a ser muy caro. El precio va a ser mi felicidad personal. Sí, lo sé pero..., nada de todo esto cuenta, salvo el dar un heredero a mi dinastía y conseguir la paz tan deseada, si no todo sucumbirá”.

(Fragmento del Capítulo VIII de la novela documental “El Prisionero” de la Escritora
y Artista Plástica Claudia Mercatante www.claudiamercatante.com.ar )

Artista Claudia Mercatante dijo...

Después de un largo recorrido por senderos escarpados, Napoleón se expresó con una sonrisa al mirar a María, mientras indicaba el interior de la ermita, cuya techumbre esta alumbrada por la tenue luz de la luna que se filtraba entre las ramas de los enormes castaños. En ese tiempo él se alojaba en aquel sitio ubicado a 1.200 metros sobre el nivel del mar, situación que le permitía desde allí dominar como un solitario vigía las aguas del Mediterráneo.
Con un velo azul que le cubría el rostro, la condesa María Walewska desembarcó junto a su hermano, el coronel Theodor Laczinski, su hermana, Emilie Laczinska, y el pequeño Alexander, la noche del 1° de septiembre en la isla de Elba. Todo estaba preparado en aquel apartado lugar para recibir de manera discreta a los visitantes, pues las delicadas circunstancias políticas así lo requerían. Inesperadamente una furiosa tempestad se desató a las dos y media de la mañana. En un instante quebró con fuerza la serenidad que reinaba, al estremecerse los árboles con los bramidos del viento borrascoso y el ímpetu de la lluvia. En ese momento María Walewska permanecía sobre el lecho en un apocado ensimismamiento a causa de aquel inquietante rumor que con vehemencia se acrecentaba a semejanza de sus numerosos y agitados pensamientos. Mas de repente se sustrajo de ese estado que la embargaba, al percibir que unas manos la tomaban suavemente por la cintura. Ella, involuntariamente, en medio de la oscuridad poblada por aterradores truenos y relámpagos que la atemorizaban se dio vuelta entre las sábanas con cierta turbación. Para sorpresa suya de inmediato se encontraron en aquel acto sus labios con los de Napoleón. Permanecieron así un instante que les pareció inconfesable e infinito, mientras la furiosa tormenta los envolvía por completo con su espesa y extraña atmósfera que los apartaba de todo lo existente. María, emocionada, sentía muy de cerca su excitada respiración. Luego él, de manera apasionada, la estrechó entre sus brazos para besarla con un indecible ardor que se extendió hasta el amanecer...

(Fragmento del Capítulo XIV de la novela documental “El Prisionero” de la Escritora
y Artista Plástica Claudia Mercatante www.claudiamercatante.com.ar)

Artista Claudia Mercatante dijo...

"Cuando abrazó al pequeño Alexander, Napoleón buscó la oportuna ocasión para hablar a solas con María Walewska, pues algo lo inquietaba.

-...¡ Por Dios! Francia te necesita. La gente a comenzado a revelarse en contra de los Borbones. Nunca en verdad han deseado la Restauración. Los han obligado ha aceptarla.
El infortunio y la sed de venganza reanimaban las llamas de la ambición, que no se habían extinguido en su alma. Sin embargo, Napoleón prudentemente escuchaba en silencio a María. Sabía por su amplia red de espías cómo iban aquellos asuntos que tanto le interesaban. A mas de las torpezas cometidas por los Borbones, que le habrían poco a poco las puerta del poder. Conocía bien que aquel gobierno, sostenido por las bayonetas extranjeras, no estaba solidamente establecido, al encontrarse sus cimientos emplazados en la movediza arena política de esos momentos tan cruciales como peligrosos. Mas el fruto todavía no estaba maduro, y por lo tanto no quería darle vanas esperanzas sobre esos futuros planes que urdía en secreto.
-¡ Ellos no han sabido tratarlo! –continuó con énfasis la condesa-. ¡ Sólo humillaciones ha recibido de su parte, como los soldados con una ignominiosa paga de medio sueldo, tu ejército!...
Aquella última expresión: “tu ejército” le sacudió el espíritu violentamente, pero su rostro no se inmutó en absoluto. No obstante aquello lo motivó a cambiar súbitamente la conversación:
-María, no puedes permanecer más tiempo junto a mí.
Tras esa circunstancia inesperada, la condesa Walewska se sintió abrumada por el dolor, pero a pesar de ello se sobrepuso con valor de esas terribles palabras recibidas de la persona que tanto amaba para preguntarle con decisión:
-¿ Por qué me pides esto?
-Debo guardar mi posición ante los isleños.
-Entonces permíteme ocupar una casita por aquí –le habló en tono de ruego-. Lejos del pueblo, lejos de ti, pues así podré venir de tanto en tanto, cuando me necesites.
-No puede ser María...
-En verdad, no te comprendo –se expresó al interrumpirlo con perturbación, a la vez que los ojos claros se le anegaban de lágrimas.
-Por favor, entiende mi situación. Los habitantes de Portoferraio saben que una mujer joven acompañada de un niño rubio llegó a la casa del Emperador.
-¿ Cómo? –preguntó sorprendida.
-Mas esto no es todo –agregó al mirarla con suma gravedad, que era producto de una enorme cólera contenida, pues se veía forzado por los hechos a proceder de aquel modo-. Ellos piensan en su confusión, que la Emperatriz vino con el Rey de Roma para reunirse conmigo, pues está previsto que acontezca en cualquier momento. Estos detalles me lo ha comunicado una carta de Drouot. Como puedes ver, es imposible que continúes permaneciendo en la isla. María, tu presencia sería conocida aquí, y tarde o temprano esta noticia llegaría a oídos indiscretos que me acechan por todas partes. Ellos muy gustosos harían que pronto esta verdad se conozca en las cortes y en toda Europa. Indudablemente, mis encarnizados enemigos se aprovecharán de esta situación.
“Haciendo que lo sepa María Luisa” –pensaba la condesa Walewska, mientras lo escuchaba con creciente angustia-. “Teme perderla para siempre. Su corazón se desvive por ella. Es lo único que verdaderamente le importa”.
En un instante María Walewska sintió el deseo de hablarle sobre la persona que en esos momentos acompañaba constantemente y de manera galante a la Emperatriz, pero sus labios callaron al cerrarse en un amargo silencio, pues aceptó con tristeza la eminente partida que debía emprender".

(Fragmento del Capítulo XIV de la novela documental “El Prisionero” de la Escritora
y Artista Plástica Claudia Mercatante www.claudiamercatante.com.ar)

Artista Claudia Mercatante dijo...

“No comprendo. ¿ Por qué me deja aquí?” –se decía en silencio la condesa María Walewska, en la antecámara imperial de Fontainebleau, a la vez que sus cálidas lágrimas se deslizaban por el delicado rostro-. “Hace tiempo que mi presencia le ha sido anunciada. ¿ Qué lo impulsa a actuar así? ¿ Acaso su desmesurado orgullo? Eso sería incomprensible. ¿ Ningún recuerdo lo atrae hacia mi persona? ¿ Puede ser que todo se haya extinguido?... He venido a su encuentro para verlo, para brindarle mi ayuda y mi amor, pero él lo posterga... ¿ Cuánto más tendré que soportar esta terrible situación? ¿ Cuánto? ¿ Tan insensible se ha vuelto para conmigo?” –en ese momento, sentada en un sillón, sus manos se crispaban por los nervios al sostener un pañuelo de encaje blanco que contrasta sobre el vestido oscuro-. “Largas horas han transcurrido de vana espera. Es interminable..., sí. La ansiedad, la angustia me consumen poco a poco, al no haber podido obtener ni una palabra de parte suya. Sólo el silencio me responde, sólo el silencio, pero su alma se niega hacerlo. ¿ Por qué? ¿ Ya para él no existe ese especial lazo que nos une?” –en un gesto instintivo, llevó la mano hacia el corazón-. “¿ Por qué me ha arrastrado con fuerza hacia su vida, y luego con indiferencia me abandona, me pierde? Es cruel..., muy cruel. Todo lo ha olvidado. Todo..., sí. ¿ Qué discurrirá en este momento por su mente? ¿ Qué problemas lo afligirán? ¿ Cuál será la causa de sus desvelos? Lo deseo saber, pues no logro entender esta actitud tan fría, tan distante... Quiero conocer la razón. Sí, esa razón poderosa que acapara sus más íntimos pensamientos. ¿ Será su hijo? ¿ Quizás su mujer? Tiene derecho. Sé que la ama, aunque ella se haya ido en estas difíciles circunstancias. En cambio yo, ya no soy más su pequeña esposa polaca, sino simplemente Madame Walewska”.

(Fragmento del Capítulo XII de la novela documental “El Prisionero” de la Escritora
y Artista Plástica Claudia Mercatante www.claudiamercatante.com.ar)

Artista Claudia Mercatante dijo...

“María, los sentimientos que os animan me conmueven profundamente. Son dignos de vuestra bella alma y de la bondad de vuestro corazón. Si después de arreglar vuestros asuntos vais a las aguas de Luca o de Pisa, os veré con mucho gusto, así como a vuestro hijo, por quien mis sentimientos serán siempre invariables. Cuidaos mucho, no os preocupéis, pensad en mí con agrado y no dudéis de mí”.

La condesa María Walewska, al estar sentada junto a su secreter, leyó una y mil veces aquella carta. A raíz de ese desencuentro entre ambos en Fontainebleau, ella al llegar a su casa le envió una misiva que Napoleón pronto respondió. En aquel momento, sus manos temblorosas sostenían esa carta, al mismo tiempo que la recorría línea a línea con la mirada. No podía dejar de recordar en ese instante, tantas cosas vividas junto a él... Sus besos, sus abrazos... Aquellas conversaciones que habían tenido sobre su patria, o los héroes polacos como Mieszko y Jagiello, a quienes él mismo admiraba mucho. No obstante, inexplicablemente, su corazón comenzó a latir de manera agitada, como si de pronto fuera asaltado por oscuros presentimientos:
“Y ahora, ¿ qué le estará sucediendo?...” –se preguntó con creciente ansiedad-. “No puedo comprender esta sensación que me invade repentinamente. Es extraña... ¿ Se encontrará enfermo, o algo le estará ocurriendo?... Espero fervientemente que no. Deseo que no... Comprendo que sabe como actuar, si alguna circunstancia inesperada se le presenta, pero... ¿ Por qué me persigue esta desazón tan profunda?” –con un delicado movimiento, dejo apoyada la carta abierta sobre el secreter-. “¿ Cuál será el origen de mis inquietudes? No sé ciertamente las razones, pero percibo por desgracia que no son infundadas. ¿ Qué le sucederá? O tal vez, ¿ qué peligros lo estarán acechando? ¿ Su vida correrá algún riesgo? A la hora de los sufrimientos, ¿ quien puede discernir el alma humana?...”
En ese momento de honda reflexión su hijo, el pequeño Alexandre, se le acercó, situación que la motivó a acariciarle la cabeza y a preguntarle con dulzura, al tratar en lo posible de sustraerse de sus tristes pensamientos que tanto la acongojaban:
-¿ Has hecho tus oraciones?
-Sí –le contestó Alexandre.
-¿ A nadie has olvidado de incluir en ellas? –le preguntó al pequeño que la miraba con ternura.
-No. No me olvidé de papá el Emperador.
Ante aquella respuesta que la sacudió enormemente, la condesa María Walewska se sintió impulsada a abrazar fuertemente al niño, mientras los ojos se le anegaban de lágrimas.

(Fragmento del Capítulo XIII de la novela documental “El Prisionero” de la Escritora
y Artista Plástica Claudia Mercatante www.claudiamercatante.com.ar)

Artista Claudia Mercatante dijo...

Mas sorpresivamente en mitad del camino una voz suplicante con un ligero acento eslavo le habló en francés:
-¡ Ah, Monsieur, os lo ruego, llevadme a ver al Emperador un momento, sólo un momento!
Christophe Duroc miró a la joven de cabellos rubios y ojos claros, que lo había tomado por el brazo para llamar su atención y de esa manera poder hacerle dicha petición, a la que accedió él gentilmente al conducirla por la mano, en medio del gentío, hasta la berlina en donde se hallaba Napoleón esperando que concluyeran las cosas para marcharse pronto.
-¡ Sire, he aquí a la que ha desafiado los peligros de la muchedumbre por vos! –le dijo el general Duroc al presentársela.
Napoleón se quitó el sombrero, y se inclinó hacia ella cortésmente al dirigirle estas palabras.
-¿ A quién tengo el honor, y el placer de saludar?
La joven, vestida de azul, al estar muy emocionada en ese instante, no escuchó lo que él le habló, pues se encontraba sumamente ansiosa por decirle lo que sentía:
-¡ Sed bienvenido, mil veces bienvenido a nuestro país! ¡ Nada de lo que hagamos podrá expresar con la fuerza suficiente ni los sentimientos de admiración que sentimos por vuestra persona, ni el placer que nos causa veros pisar el suelo de esta patria que os aguarda para ponerse de pie!
La mujer, cuyo delicado rostro estaba encantadoramente enmarcado por un gorro de piel y un vaporoso velo negro, dejó escapar en un tumultuoso arrebato las emociones que la animaban. Napoleón, en aquel momento, la observaba atentamente pues ningún detalle se le escapaba, como el de su melodiosa voz o aquel pequeño talle envuelto en un atuendo de campesina. Todo, en esa mujer bonita y sonrosada atrajo su atención. Cuando la joven concluyó, él tomó un ramo de flores de su coche, que se había ido llenando en el trayecto, y al entregárselo le dijo sonriendo:
-Guardadlo como garantía de mis buenas intenciones. Nos volveremos a ver en Varsovia, espero, y reclamaré un beso de vuestra bella boca.
Al despedirse de la joven, Napoleón agitó el sombrero a través de la portezuela de la berlina. Ella, deslumbrada, se quedó allí atónita en medio de la muchedumbre, a la vez que hundía su dulce rostro en el ramillete de flores, al estar hondamente impresionada por aquel encuentro.
En tanto Napoleón, mientras viajaba camino a Varsovia, se quedó largo rato pensando en ella y por consiguiente le preguntó a Duroc quién era aquella joven polaca que le había presentado, mas él lo ignoraba por completo. Entonces irritado por no interrogar a la joven como debía haberlo hecho, Napoleón le ordenó a su general que lo informara sobre todo lo referente a esa mujer que lo intrigaba tanto, y que deseaba encontrar nuevamente...
A pesar de sus esfuerzos, “la desconocida de Bronie”, como la llamó el Emperador, fue pronto identificada con el nombre de María Walewska, por medio de acciones de inteligencia realizadas por Duroc y sus informantes, para satisfacer con rapidez la impaciente curiosidad que sentía su amo por aquella beldad que misteriosamente lo había abordado.
María Laczinska perteneció a una familia antigua y pobre. A los dieciséis años, por obediencia a su madre, contrajo matrimonio con el conde Anastasius Colonna Walewski que era sumamente rico y de alta cuna, pero mucho mayor que ella, al punto que parecía una nieta suya en vez de su esposa, al haber 52 años de diferencia entre ambos cónyuges. Mas para aquel tiempo, María ya le había dado un hijo al viejo conde, que en dichas circunstancias tan tristes, se había constituido en la única fuente de alegría para esa joven de 20 años que vivía custodiada por sus dos cuñadas, y confinada a causa de la voluntad del esposo en el lúgubre castillo de Walewice.

(Fragmento del Capítulo VI de la novela documental “El Prisionero” de la Escritora
y Artista Plástica Claudia Mercatante www.claudiamercatante.com.ar)

Artista Claudia Mercatante dijo...

María Walewska se halló arrastrada de manera abrupta por la vorágine de los acontecimientos que la llevaron nuevamente al Gran Palacio.
-¡ Por fin llegáis! –le dijo Napoleón al verla-. Ya no esperaba volver a veros.
María lo miró a los ojos, a pesar de estar asustada, pero no le contestó, situación que lo enojó todavía más.
-¡ Señora, tomad asiento! –le ordenó con brusquedad, al mismo tiempo que se le acercó para quitarle el sombrero y el abrigo; a la vez él de manera amenazadora se quedó de pie enfrente a ella. Mientras la observaba con detenimiento hizo una pausa para intimidarla. Después a modo de calculo dejó estallar su cólera en una serie de reproches-. ¡ Pensé que os habíais olvidado de vuestra promesa! ¡ Es más, tardasteis tanto que creí ciertamente que no la cumpliríais! –hizo otra pausa, y luego continuó sin dejar de mirarla severamente a los ojos-. ¿ Por qué me habéis buscado en Bronie? ¿Qué os motivó a encubrir vuestra persona bajo un disfraz? ¿ Cuáles fueron en verdad vuestros propósitos? ¡ Quiero saberlo! ¡Vamos! ¡ Decidlo! ¿ Por qué habéis manifestado –enfatizó al verla como una cruel seductora- un afectado interés por mí? ¡ Explicaos! ¡ Hacedlo, pues no comprendo vuestra actitud! ¡ Vuestra displicencia! ¡ No comprendo nada de todo este juego! ¿ Por qué rechazáis mis presentes? ¿ Os burláis de mí? –le dijo en voz alta, a la vez que pensaba si ella se estaría dejando utilizar por sus compatriotas para manejarlo-. ¡ Sois una buena polaca! ¡ Y de pensar que vos me habíais afirmado que vuestro país me merece!
Aquellas palabras duras que involucraban directamente a su amada patria, armaron de valor a María Walewska para responderle a Napoleón con firmeza, auque el corazón le latía velozmente.
-¡ Ah, señor, por favor, decidme cuál es esa opinión!
-¿ Queréis escucharla? ¡ Bien! Los polacos son orgullosos e inconstantes. –señaló-. Pueden en algún momento manifestar entusiasmo, pero sus sentimientos no duran. Son tornadizos. ¡ Caprichosos! ¡ Y vos sois como todos ellos! -agregó con contundencia, al estar como hombre extremadamente despechado por los constantes rechazos que lo enloquecían.
-¡ No! ¡ No es así! –se expresó desesperadamente María en su defensa.
-¡ Sí! –le gritó Napoleón-. ¡ Pues hábilmente aparentasteis ir en pos de mí, mas cuando yo deseé corresponderos vos me rechazasteis sin ninguna explicación, y esto no lo pienso tolerar! ¡ Por eso quiero, oíd bien lo que os voy a decir, -exclamó violentamente- quiero forzaros a que me améis! He hecho revivir el nombre de vuestra patria; si su casta existe todavía es gracias a mí. Haré más aún. Pero pensad que lo mismo que éste reloj que tengo en mi mano y que destrozaré ante vuestros ojos, perecerán su nombre y todas vuestras esperanzas, si rechazáis mi corazón y me negáis el vuestro.
Al momento que concluyó estas palabras, que resonaron en los oídos de la condesa Walewska con una furia indescriptible dejándola por ende enteramente paralizada, Napoleón arrojó el reloj al suelo y procedió a aplastarlo con el pie. En aquel instante la realidad para ella se rompió de repente en mil pedazos como un espejo, quedando perdidos fragmentos, nada... Mas al desvanecerse, por ser presa del miedo, sintió que caía en un abismo infinito, sucumbiendo en la densa oscuridad. Entretanto, Napoleón se aproximó con prontitud a la desfallecida joven y la tomó entre sus brazos...

(Fragmento del Capítulo VI de la novela documental “El Prisionero” de la Escritora
y Artista Plástica Claudia Mercatante www.claudiamercatante.com.ar)

Artista Claudia Mercatante dijo...

Como sin vida, su cuerpo inerte estaba bañado por un sudor frió. Poco a poco fue recobrando el conocimiento, en medio de esa tiniebla mental que la envolvía; no obstante le pareció oír de manera muy lejana y confusa una voz, o un susurro que le hablaba:
-¿ Qué he hecho?... ¡ No! ¿ Cómo..., pude actuar así? ¡ Contigo no! ¡ He perdido la razón! ¡ María!... ¡ María..., te juro que te amo! ¡ No puedo describir esta pasión que siento por ti con palabras..., pero te amo! ¡ Sí, te amo... con locura! ¡ Mi pequeña y dulce María! ¡ Con un amor..., que no conoce límites!... –Napoleón, como vencido, yacía a los pies de ella, mientras murmuraba de manera entrecortada por el llanto.
De pronto María Walewska logró entender aquellas expresiones que le parecieron vagas, comprendiendo así en el acto lo que había ocurrido. No podía creerlo o quizás, no quería hacerlo... Al pronto las lágrimas rodaron silenciosamente sobre su rostro pálido, a la vez que dirigió la mirada a quién la había ultrajado, haciendo cambiar por completo la posición de ambos en esa escena trágica donde se hallaban sumergidos. Napoleón observó con gran angustia aquellos ojos claros anegados por el dolor, colmándolo súbitamente de un horrible temor. Un temor desmedido debido a que crecía a pasos agigantados al convertirse en miedo, en alienante obsesión. ¡ El desprecio! ¡ El odio! Sí, el odio eterno de María, al menos que en esa borrascosa y lóbrega noche, consiguiera, a través de sus palabras, llegar al corazón de la desdichada joven; si no, la perdería para siempre...


El viento y la intensa lluvia se hacían sentir sobre los muros de la fortaleza de Finckenstein ubicada en Prusia Oriental. Este imponente castillo construido en el siglo XVIII era propiedad del conde de Dohna, gran maestro de ceremonia de la casa real de Prusia; no obstante, posteriormente, terminó incendiado por los tropas soviéticas en abril de 1945. Sus ruinas hasta el día de hoy aún subsisten.
El invierno se tornaba largo y muy riguroso. Después de la sangrienta e indecisa batalla de Eylau, acontecida entre el 7 y 8 de febrero de 1807, la guerra quedó en suspenso obligando a Napoleón, luego de permanecer un tiempo en el poblado de Osteröde, a establecer en Finckenstein su cuartel general y así aguardar la primavera para poder dar el golpe decisivo al ejercito ruso. Sin embargo la tensa espera en medio de la soledad se le hizo insoportable, casi agónica quebrantándole de esta forma la salud; por lo tanto se resolvió, a pesar de las dificultades, pedirle a la condesa Walewska que viniese a su lado lo más pronto posible:

“Me gustaría verte... Depende de ti... Nunca dudes de mis sentimientos. Confía en mí, mi dulce paloma, aquí conmigo estarás segura. Ven... Apresúrate”.

(Fragmento del Capítulo VI de la novela documental “El Prisionero” de la Escritora
y Artista Plástica Claudia Mercatante www.claudiamercatante.com.ar)

Maestro Gabriel Bergogna dijo...

María Walewska

“Cuando estaba cerca, este hombre infundía terror en mi corazón. ¡Qué hombre extraordinario! Era como un volcán. La pasión que lo dominaba no era el amor –que aunque violento, era transitorio –sino la ambición”.

María Walewska, Memorias


“Siempre lo veré, alto sobre su caballo, con su eterna mirada en el mármol del rostro imperial mientras, con la calma del destino en su ceño, miraba a su Guardia marchar hacia el pasado. Los estaba enviando a Rusia y sin embargo los viejos granaderos lo miraban con gran devoción, con mucha simpatía y franqueza, y con el orgullo que confiere la muerte: “Ave, Caesar, morituri te salutant!” (“¡Ave, César, los que morirán te saludan!”)

Heinrich Heine


La condesa María Walewska nació en Brodno, Kiernozia, el 7 de diciembre de 1786. Su padre fue Mattias Laczynski y su madre se llamaba Eva. Indudablemente, podemos encontrar una excelente biografía de la pequeña condesita en el libro “Historias de Amor en Alcobas Reales” de Su Alteza Real, Princesa de Kent. Como este capítulo habla sobre un “Laberinto de Retratos”, me referiré a la personalidad de María, sus diversas circunstancias y la relación que tuvo con Napoleón Bonaparte.
Para todo esto, debemos ubicarnos en la Polonia del siglo XVIII, que era mucho más grande que la actual. El reino fue muy disputado entre Austria, Prusia y Rusia. En 1772, Polonia había sufrido un desmembramiento entre los austríacos y prusianos, aunque el reino no desapareció como tal. Recién en 1795, Rusia entró en la repartición del territorio, con la consiguiente abdicación del último rey polaco, Stanislas Poniatowski, quien fue padre del posterior mariscal de campo de Napoleón. En realidad, la abdicación se produjo poco antes de la fecha citada, porque la nobleza polaca, que buscaba ante todo sus intereses particulares, le vetaba todos los edictos reales. Pese a la rebelión que hubo en el país, ésta no triunfó e incluso el padre de María murió en la guerra cuando ella no había cumplido los ocho años. Con todo, se había formado internamente y a pesar de la ocupación, un gobierno provisional polaco. La mala administración de Eva endeudó mucho a la familia Laczynski. No obstante, luego de la muerte de Mattias, ella encargó la educación de María al futuro padre de Federico Chopin, Nicholas Chopin hasta el año 1800. En ese año, María fue internada en un convento durante dos años y medio. Ella había tenido una infancia feliz, pero los acontecimientos producidos en 1793-1795, despertaron en su persona un sentimiento patriótico que crecería hasta lo inextinguible. En el convento compartía con sus amigas estos sentimientos que incluían una gran admiración por Napoleón y sus ideales de libertad.
Al retornar a la casa paterna, su madre comenzó ha hablarle de que María debería tener un muy buen matrimonio, ya que la oportunidad se presentaba con las asiduas visitas del conde Anastase Colonia Walewski, 52 años mayor que la bella joven. Veamos lo que dice María en sus Memorias:

“Cuando regresé a casa de la escuela, mi madre, ocupada como siempre en los asuntos de la propiedad, ni siquiera tuvo tiempo para examinarme bien. Su primera impresión, sin embargo, debe de haber sido favorable, porque me dio unos golpecitos en el mentón y me dijo: “María, estás muy bella. Dios nos ayude a encontrarte pronto un marido; sería una gran ayuda para todos nosotros”.

(Fragmento del Capítulo V del libro Por los laberintos de “El Prisionero” del Maestro GabrielBergogna http:// www.gabrielbergogna.com.ar )

Maestro Gabriel Bergogna dijo...

La boda se efectuó. Le siguió una extensa luna de miel que duró casi un año. La familia Laczynski incluyendo a Eva, había entregado a María al conde Walewski a cambio del pago de sus enormes deudas. Anastase era uno de los hombres más ricos del territorio. Había sido chambelán del último rey polaco y tenía un muy buen pasar que incluía la posesión de varias propiedades, una bodega, una gran biblioteca y visitaba con asiduidad a las damas de la antigua corte. Como se ve, el hombre no se privaba de nada, ya que después de enviudar dos veces, terminó casándose con una muchacha que podría ser su nieta, por lo menos... En el transcurso de este tiempo María dio a luz a su hijo mayor al que llamaron Anthony Basil Rudolph Walewski. Y pensar que María antes del matrimonio, fue víctima de una neumonía... Esto demuestra que la psico-somatización, es una circunstancia indiscutible, producida por la negatividad de los hechos que atraviesa una persona.
El 1ero. de enero de 1807, se produjo el primer encuentro entre María Walewska y Napoleón, según sus “Memorias”. Veamos ahora, el relato de esta situación que escribe Claudia en el capítulo VI, “Entre el poder y la pasión”, de “El Prisionero”:

“Pasadas unas horas, el coche que condujo a Napoleón fue aminorando la marcha al ir acercándose a Bronie, poblado en el que el general Duroc dispuso realizar el relevo que duraría algunos minutos, pues aquella sería la última parada antes de llegar a Varsovia. Al detenerse el carruaje una gran muchedumbre lo rodeó para aclamarlo con entusiasmo, pues veía en él al libertador de la terrible opresión que sufría. Ante aquello, Duroc descendió del coche para apresurar el cambio de caballos y así evitar cualquier clase de inconveniente que podría suscitarse por la gran cantidad de gente desconocida que se movía constantemente entorno de Napoleón. Mas sorpresivamente en mitad del camino una voz suplicante con un ligero acento eslavo le habló en francés:
-¡Ah, Monsieur, os lo ruego, llevadme a ver al Emperador un momento, sólo un momento!
Christophe Duroc miró a la joven de cabellos rubios y ojos claros, que lo había tomado por el brazo para llamar su atención y de esa manera poder hacerle dicha petición, a la que accedió él gentilmente al conducirla por la mano, en medio del gentío, hasta la berlina en donde se hallaba Napoleón esperando que concluyeran las cosas para marcharse pronto.
-¡Sire, he aquí a la que ha desafiado los peligros de la muchedumbre por vos! –le dijo el general Duroc al presentársela.
Napoleón se quitó el sombrero, y se inclinó hacia ella cortésmente al dirigirle estas palabras.
-¿A quién tengo el honor, y el placer de saludar?
La joven, vestida de azul, al estar muy emocionada en ese instante, no escuchó lo que él le habló, pues se encontraba sumamente ansiosa por decirle lo que sentía:
-¡Sed bienvenido, mil veces bienvenido a nuestro país! ¡Nada de lo que hagamos podrá expresar con la fuerza suficiente ni los sentimientos de admiración que sentimos por vuestra persona, ni el placer que nos causa veros pisar el suelo de esta patria que os aguarda para ponerse de pie!
La mujer, cuyo delicado rostro estaba encantadoramente enmarcado por un gorro de piel y un vaporoso velo negro, dejó escapar en un tumultuoso arrebato las emociones que la animaban. Napoleón, en aquel momento, la observaba atentamente pues ningún detalle se le escapaba, como el de su melodiosa voz o aquel pequeño talle envuelto en un atuendo de campesina. Todo, en esa mujer bonita y sonrosada atrajo su atención. Cuando la joven concluyó, él tomó un ramo de flores de su coche, que se había ido llenando en el trayecto, y al entregárselo le dijo sonriendo:
-Guardadlo como garantía de mis buenas intenciones. Nos volveremos a ver en Varsovia, espero, y reclamaré un beso de vuestra bella boca”.

(Fragmento del Capítulo V del libro Por los laberintos de “El Prisionero” del Maestro Gabriel Bergogna http:// www.gabrielbergogna.com.ar )


Maestro Gabriel Bergogna dijo...

Mas para aquel tiempo, María ya le había dado un hijo al viejo conde, que en dichas circunstancias tan tristes, se había constituido en la única fuente de alegría para esa joven de 20 años que vivía custodiada por sus dos cuñadas, y confinada a causa de la voluntad del esposo en el lúgubre castillo de Walewice.


“Sólo a vos he visto, sólo a vos he admirado y sólo ha vos deseo. Dadme una pronta respuesta para calmar el impaciente ardor de

N ”


María quedó profundamente desilusionada al leer aquel billete que recibió junto con un ramo de flores, luego de regresar de la recepción ofrecida por Joseph Poniatowski en honor de Napoleón, invitación que aceptó a dicha recepción forzada por su entorno social, aparte del mismo conde Walewski que estuvo hábilmente manejado por los ardides de Talleyrand, que anhelaba por cualquier medio ver al Emperador ocupado en una aventura amorosa que lo sustrajese por un tiempo de los objetivos políticos que tenía en mira. Mas en medio de esa vorágine de poder y de intriga estaba María Walewska por entero abrumada ante esta nueva esquela...

“¿Os he desagradado, señora? Sin embargo, tenía derecho a esperar lo contrario. ¿Estoy equivocado? Vuestra solicitud ha disminuido mientras la mía aumenta. Me quitáis el reposo. ¡Oh, dad un poco de alegría, de felicidad, a un pobre corazón dispuesto a adoraros! ¿Tan difícil es obtener una respuesta? Me debéis dos.

N ”


Éstas, no fueron las únicas esquelas que Napoleón le envió a María; hay muchas más. Para interiorizarse de toda la cuestión relacionada con respecto a Bonaparte y María Walewska, es aconsejable leer el libro de Octave Aubry, titulado “Vida privada de Napoleón”. No obstante, en el contexto de “El Prisionero”, están narrados determinados episodios que nos muestran a la condesa como una persona bondadosa, frágil y constantemente entregada: primero por su familia al conde Walewski y luego por el gobierno provisional polaco y la familia de su esposo, incluso él, a Napoleón. Esto último ocurrió aprovechándose de los sentimientos patrióticos de María, a pesar de todo se enamoró del Emperador. También se aprovecharon de su fe católica, cosa que puede observarse en una carta que el gobierno provisional envió a María. Sigamos a Claudia Mercatante en el relato:

“Sin embargo esto no fue todo, pues que de igual modo tuvo que soportar con entereza una apremiante exhortación o más bien una execrable instigación, firmada por los “honorables” miembros del gobierno provisional de Polonia, cuyo jefe era el mismo príncipe Poniatowski, además de estar la figura de Charles Maurice de Talleyrand a la sombra de esta deplorable y vergonzosa misión.

“Señora, las pequeñas causas suelen producir grandes efectos. En todos los tiempos las mujeres han tenido una gran influencia en la política del mundo...
Si hubierais sido hombre, habríais consagrado vuestra vida a la digna y justa causa de la Patria. Siendo mujer, hay otros sacrificios que podéis hacer muy bien y que debéis imponeros hasta en el caso de que os fueran penosos.
¿Creéis que Esther se entregó a Asuero por un sentimiento de amor? ¿El miedo que le inspiraba, hasta el punto de desmayarse ante su mirada, no era la prueba de que la ternura no tenía nada que ver en aquella unión? Se sacrificó para salvar a su nación y tuvo la gloria de salvarla.
¡Ojalá nosotros pudiéramos decir lo mismo para vuestra gloria y nuestra ventura!”

(Fragmento del Capítulo V del libro Por los laberintos de “El Prisionero” del Maestro Gabriel Bergogna http:// www.gabrielbergogna.com.ar )


Maestro Gabriel Bergogna dijo...

En cuanto a lo expresado por el gobierno provisional en su carta a María con respecto a la reina Esther y el rey Asuero, (Artajerjes), no hay nada más que leer el libro bíblico de “Esther”, para comprobar lo falsos que fueron sus integrantes al argumentar lo descrito en dicha misiva. En el libro de “Esther” no se habla de cuestiones nacionales, ni de desmayos ante el rey por parte de la reina, ni de toda otra cosa argüida por el gobierno provisional. Ahora, sigamos leyendo a Claudia:

“Estaba sola y cada vez más desamparada ante semejante situación... La terrible presión política, social y hasta familiar la aturdían completamente y por ende María Walewska ya no sabía en ese crucial momento cómo debía proceder. Todo parecía de pronto derrumbarse a su alrededor por causa de que los hechos se sucedían vertiginosamente uno tras otro, como los impacientes mensajes que continuaba recibiendo sin que ella lo deseara, en aquel asedio infernal.

“Hay momentos en que la elevación excesiva pesa, y esto es lo que yo experimento. ¿Cómo satisfacer la necesidad de un corazón enamorado, que quisiera arrojarse a vuestros pies y al que detiene el peso de altas consideraciones que paralizan el más vivo de los deseos? ¡Oh, si vos quisierais!... Sólo vos podéis salvar los obstáculos que nos separan. Mi amigo Duroc os proporcionará los medios. ¡Oh, venid, venid! Todos vuestros deseos serán cumplidos. Querré más a vuestra patria cuando hayáis tenido piedad de mi pobre corazón.

N ”


A pesar de las tan complicadas circunstancias que la aprisionaban con perversidad, María continuaba oponiendo gran resistencia a lo que consideraba un monstruoso atropello a su honor de mujer, conjuntamente con sus arraigadas convicciones religiosas. Mas en el entorno, astutas voces le repetían hasta el cansancio que la suerte de Polonia estaba en sus manos.
“¡Entre mis manos! ¡Qué horror!” –meditó María en silencio. Después les habló a la princesa Jablonowska y a la condesa Birgenska, que eran las dos hermanas de Anastasius Walewski, sin entender muy bien qué palabras estaba articulando en ese momento.
-Haced de mí lo que queráis. –luego al cerrarse con lentitud la puerta, observó en medio de aquella desolación cómo su frágil mente se hundía con fatalidad en el oscuro vacío...

(Fragmento del Capítulo V del libro Por los laberintos de “El Prisionero” del Maestro Gabriel Bergogna http:// www.gabrielbergogna.com.ar )


Maestro Gabriel Bergogna dijo...

De repente sin comprender lo que le sucedía, percibió que alguien se arrodilló frente a ella y le besó las manos que juntas permanecían inertes.
“¿Dónde estoy? Pero, ¿quién me condujo aquí?” –pensó como desvariando, al estar totalmente ida en aquel sueño donde le parecía o creía parecerle oír de manera lejana el eco de una voz, un susurro.
Inesperadamente, ella sintió que la abrazaron mientras que sus labios eran besados con extremo ardor. Como despertando de una pesadilla, María atemorizada se levantó rápido y corrió hacia la puerta, pero Napoleón se interpuso, impidiéndole de esta forma marcharse. Ella en medio de una crisis de llanto se resistió a permanecer allí. No obstante él casi por la fuerza la llevó de nuevo al sillón, pues estaba decidido en su turbación a no dejarla salir hasta que le prometiese que iba a regresar al día siguiente.

“María, mi dulce María, mi primer pensamiento es para ti, mi primer deseo es volver a verte. Volverás, ¿no es verdad? Me lo prometiste. ¡Si no, el águila volará hacia ti! Me dice el amigo que te veré en la comida. Dígnate aceptar este regalo: que sea un lazo misterioso que establezca entre nosotros, en medio de la gente que nos rodea, una relación secreta. Expuestos a las miradas de la multitud, podremos entendernos. Cuando mi mano oprima mi corazón, sabrás que sólo tú lo ocupas, y en respuesta tú estrecharas tu ramillete. Ámame, mi gentil María, y que tu mano no se separe nunca de tu ramillete.

N ”


Al despertarse la joven le entregaron esta carta acompañada por un ramo de laureles entremezclado con flores exóticas, un ramillete de pedrería más una guirnalda de diamantes. María tomó la carta entre sus manos temblorosas, y al leerla se colmó su alma de angustia pues comprendió de inmediato que Napoleón no la había en verdad escuchado. No. Ni una sola palabra de lo que había hablado con él, el día anterior. “Lo que se ha atado en la tierra sólo en el cielo puede desatarse”. –recordó con amargura aquella frase que le dijo. Entonces descubrió con rabia que se había burlado de ella, y que lo peor de todo en cualquier momento iba a ocurrir. Por lo tanto en aquel instante difícil pensó en huir, y con decisión se sentó en su secreter para escribirle a su marido una carta de despedida:

“Vuestra primera idea; Anastasius, será reprocharme mi conducta cuando adivinéis la razón por la cual os escribo. Pero cuando hayáis leído no acusaréis a nadie más que a vos. Lo he hecho todo para abriros los ojos. Pero ¡ay! estabais cegado por una vanidad sin nombre y, lo reconozco, por vuestro patriotismo. No habéis querido ver el peligro.
La otra noche pasé varias horas en casa de... Vuestros amigos políticos os dirán quién me mandó allí. Salí sin mancha y prometiendo volver esta noche. No puedo, porque ahora sé de sobra lo que ocurrirá.
Algunos pensarán que deserto; sin duda, algunos os lo dirán. Respondedles que por encima del sacrificio a la patria están la conciencia y las convicciones y que sólo ellas me han salvado del suicidio”.

(Fragmento del Capítulo V del libro Por los laberintos de “El Prisionero” del Maestro Gabriel Bergogna http:// www.gabrielbergogna.com.ar )

Maestro Gabriel Bergogna dijo...

Luego de terminar de escribir aquellas líneas, su mente se plagó de sombrías inquietudes que no pudo combatir en medio de la soledad y el silencio... Preguntas y más preguntas la agitaban atrozmente, al transformarse de pronto cada una de ellas en un severo reproche:
“¿Desertar? ¿Podré hacerlo?...” –cavilaba con temor-. “Pero, Polonia, mi patria está en este momento entre mis manos. Mis frágiles y dubitativas manos”. –subrayó afligida- “¿Qué sucederá con ella si me resuelvo a escapar de aquí? ¿Será destruida? ¡Sí, sí! ¡Él lo hará! ¡Y todo por mi culpa! ¡Es un acto de cobardía! ¡Sí, por negarme a sacrificarme a favor de mi país! ¡Oh, mi amada Polonia! ¡No me lo perdonarán nunca! Me acusarán de traidora. Anastasius lo hará. Todos lo harán..., y tendrán razón. En este instante me parece estar oyendo sus voces, sus amargos reproches. ¡Es enloquecedor! ¡La muerte! ¡Mil veces la muerte es preferible antes que escuchar esto! ¡No cesan! ¡No! ¡Que horrible tormento! ¡Claman por el sacrificio de mi honor! ¡A nadie en verdad le importo! ¡A nadie! Sólo de mí quieren una cosa, o más bien la exigen... De su perspectiva me contemplan como a un ser inanimado que ni piensa ni siente. Un mero botín de guerra que se lo toma cuando se desea. ¡Qué espantoso! ¡Y no hay límites! No existen! ¡Mas sus voces no cesan! ¡ Sus clamores no cesan! ¡Los oigo cada vez más fuertes! ¡Me persiguen sin descanso! Son como espectrales sombras que se mueven en mi entorno. Los percibo. ¡Que horrible!” –se cubrió instintivamente el rostro con las manos para sollozar, mientras pensaba-. “¡Quiero huir de ellos! ¡De él! ¡Siento que me asfixian! ¡Tengo que escapar de esta terrible situación, pero no puedo! En este momento las fuerzas me abandonan por completo. Ya no soy dueña de mi misma. Estoy perdida...”

(Fragmento del Capítulo V del libro Por los laberintos de “El Prisionero” del Maestro Gabriel Bergogna http:// www.gabrielbergogna.com.ar )

Maestro Gabriel Bergogna dijo...

La belleza personal, la inercia, la falta de decisión, la tragedia, la humillación y tantas otras cosas se aglomeraban en torno a la vida de María Walewska. Su patética situación no conmovía a nadie, ni a propios ni a extraños. Sólo se trataba de la obtención de beneficios egoístas, tomando en cuenta sus sentimientos patrióticos y su fe católica. No hay que añadir que ninguna figura de la alta o baja clase del clero se dignó en brindarle ayuda. Como de costumbre la Iglesia Católica Apostólica Romana hizo uno de sus tristes y grandes papeles. Éste, fue tan grande que se transformó en un papelón. Si el gobierno provisional polaco quería invocar algún libro que se aproxime a la Biblia, hubiera tomado como ejemplo el deuterocanónico de “Judit”. Por lo menos se acerca más a la realidad con que querían convencer a la condesa; aunque es largamente sabido que el libro de “Judit” es verídico pero no inspirado, y que esta mujer hizo voluntariamente lo narrado en el libro que lleva su nombre. También, desde el principio, Napoleón mintió con relación a la liberación de Polonia. Tomemos como referencia a la paz de Tilsit celebrada entre Napoleón y el Zar Alejandro, a mediados de 1807. Veamos ahora cómo Claudia concluye el capítulo VI, con respecto a lo recientemente citado:

“El viento y la intensa lluvia se hacían sentir sobre los muros de la fortaleza de Finckenstein ubicada en Prusia Oriental. Este imponente castillo construido en el siglo XVIII era propiedad del conde de Dohna, gran maestro de ceremonia de la casa real de Prusia; no obstante, posteriormente, terminó incendiado por los tropas soviéticas en abril de 1945. Sus ruinas hasta el día de hoy aún subsisten.
El invierno se tornaba largo y muy riguroso. Después de la sangrienta e indecisa batalla de Eylau, acontecida entre el 7 y 8 de febrero de 1807, la guerra quedó en suspenso obligando a Napoleón, luego de permanecer un tiempo en el poblado de Osteröde, a establecer en Finckenstein su cuartel general y así aguardar la primavera para poder dar el golpe decisivo al ejercito ruso. Sin embargo la tensa espera en medio de la soledad se le hizo insoportable, casi agónica quebrantándole de esta forma la salud; por lo tanto se resolvió, a pesar de las dificultades, pedirle a la condesa Walewska que viniese a su lado lo más pronto posible:

“Me gustaría verte... Depende de ti... Nunca dudes de mis sentimientos. Confía en mí, mi dulce paloma, aquí conmigo estarás segura. Ven... Apresúrate”.

María, acompañada por su hermano Theodor, acudió sin pensarlo junto a Napoleón, luego de un fatigoso viaje que implicó también sus grave riegos. Al llegar al castillo de Finckenstein, la condujeron a las habitaciones que le habían sido destinadas, cercanas a las del Emperador. Eran muy bellas y cómodas, pues poseían mullidas alfombras, pesados cortinados, altas estufas de porcelana, enormes chimeneas y una cama con baldaquín. María, sumida en ese mundo, escuchaba la lluvia golpear sobre los vidrios de la ventana, entre tanto que bordaba con delicadeza unas iniciales en un pañuelo y meditaba en silencio:
“¡Qué rápido ha transcurrió todo! Aquella noche flota en mi mente..., tus apasionadas palabras, suaves caricias y ese amor tan fogoso que me revelaste hicieron ciertamente que mis ojos te contemplara de otra manera. ¡Eres tan posesivo!... Me lo manifiestas constantemente sin que te des cuenta. Es natural en ti. A la vez no comprendo aún tantos cambios vertiginosos, ni a qué se deben... ¿Cuál es la causa de esta realidad en la que de pronto me veo envuelta? No deja de ser extraña. Parece un ensueño..., pues me siento en verdad como si fuera tu esposa...”

(Fragmento del Capítulo V del libro Por los laberintos de “El Prisionero” del Maestro Gabriel Bergogna http:// www.gabrielbergogna.com.ar )

Unknown dijo...

mala redaccion y con errores de ortografía .