sábado, septiembre 16, 2006

TRATADO SOBRE LA NADA

Tengo mil cosas para decir, pero sería demasiado escribir y el día está bastante bueno. Antes de irnos a pasear quisera explicar algo.
El post anterior, donde expuse mi humilde teoría del viaje en el tiempo, escrita a los empujones y con cualquier y todo tipo de falta de respeto a las reglas científicas y, claro, gramaticales, ha sucitado entre mis amistades cierta polémica. Algunos suscribieron con fervor y festejaron la gracia, y otros no menos, han despotricado con más fervor que los anteriores. Por supuesto que a veces soy crítico y exigente conmigo mismo y esto me ha llevado a serlo más aun con estos textos (porque existe una forma de censura en mi muy aceptable y práctica: lo que escribo y no me gusta lo tacho y lo tiro y lo que sí me parece presentable lo publico; sin tener en cuenta que el 90% de las cosas aqui publicadas son improvisaciones hijas del aburrimiento).
Lo que escribí los otros días no es más que una simple interpretación literaria o poética de un tema basto complejo para mi cabeza que, apenas comprende, con suma dificultad, como programar una videocasetera.
Lo que quise explicar, de modo didáctico, es que tal vez el pensamiento pueda viajar a la velocidad de la luz. No lo sé realmente, pero haciendo un salto cualitativo sé que puedo ordenar una idea antes que se encienda un foco. ¿Por qué digo esto?
La Teoría de la Relatividad nos dice, entre otras cosas, que un elemento material no puede desplazarse a la velocidad de la luz ya que gana masa y pierde volumen y en ese movimiento no exisitiría el tiempo. Como ya dije antes, el tiempo es excluyente del espacio. Entonces, ¿si las ideas pueden viajar (bajo mi sospecha) a esa velocidad, no existe el tiempo y el espacio dentro de la cabeza?
Tal vez exista sólo cuando nosotros situamos un recuerdo en tal lugar. Pero el pensamiento abstracto parecería no tener lugar ni tiempo.
Es símplemente un interrogante que me hago a mí mismo e intento develar y tal vez nunca lo sepa. Sin embargo otros ya lo han planteado mucho mejor.
Hace trescientos años William Blake dijo que si las puertas de la percepción fueran abiertas, entonces veriamos todo tal como es: INFINITO.
Esta es una idea bellísima y es también una derivación de lo que Platón definía hace casi dosmilquinientos años como el mundo sensible y el mundo de las ideas. Es en el extraordinario pensamiento platónico donde vislumbro la existencia del alma no necesariamente religiosa, si no del alma que puede llegar a contactarse con todo aquello que es y a la vez que no es. Con todo lo infinito. Con todo aquello que no tiene ni principio ni fin. Y es tal vez el pensamiento y sus vueltas complejas y deductivas lo más infinito e imposible que puedo comprender.
Claro que alguno podría objetar esto diciendo: "eh!! ¿y los sentimientos qué?" Y bueno, ahi vamos. Tratando de buscar ese amor por lo desconocido y perseguir una sombra que a veces, a la velocidad de la luz, el pensamiento nos indica que vamos en el rumbo equivocado y aun asi nos resistimos y peleamos con nosotros mismos. Es una forma esa también, de acercarnos un poco a lo interminable.
¿Qué me importa si las cosas tienen un fin? Prefiero creer que todo aquello que se termina es recordable y que si cerramos los ojos y sonreimos, no serán momentos ingratos, si no momentos de celebración y que todo, absolutamente todo, es infinito, porque la percepción nos deja sospechar eso, por más perecedero e inverosímil que sea y parezca.

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