domingo, septiembre 17, 2006

RECORDANDO LA INFANCIA

Recordé una anécdota que es muy simpática.
Cuando era un estudiante de tercer grado, teniamos una maestra que era tremenda. Siempre estaba retándondonos a los tres o cuatro que siempre estábamos en el escándalo, y lo hacía de manera formidable ya que nos llenaba de culpa y con frases del tipo: "ustedes no van a llegar nunca a ningún lado" y ese tipo de cosas. Por supuesto que no nos importaba y esos retos más nos fomentaba la rebeldía estudiantil.
En aquellos años teníamos una compañera que usaba anteojos, y que era víctima de nuestros escarnios, con la crueldad típica de los niños que concurren a tercer grado. A esa edad uno se burla y es burlado, por todo tipo de cosas. Que uno es gordo, el otro flaco, otro alto, otro bajo, que ese tiene un ojo de vidrio, que al otro le faltan todos los dientes y usa dentadura...y así.
La cosa es que en el pettit grupo de intelectualoides prestos a molestar, habíamos editado una revista dedicada a esta chica de anteojos. Ya teníamos inquietudes gráficas en aquel tiempo. Contenía historietas con caricaturas, historias falsas y esas cosas. Cada uno de nosotros estaba dedicado a una sección y una vez terminada la diagramción y compaginación manual le sacabamos fotocopias (recordemos que en esos años, circa 1991, hablar de una computadora para esas cosas era pensar en algo imposible).
Haciamos circular la revista, primero regalándola y luego hasta llegamos a venderla con un algún éxito entre los grados. No recuerdo cuantos números duró, pero sí recuerdo como fue el final: abrupto y con toda la censura posible.
Llegó la última edición, no sé aún como, a manos de nuestra maestra y con toda la furia nos esperó en la puerta del aula una vez terminado el recreo. Dijo que sabía bien quien era el responsable, nos levantó un poco la voz, los hizo entrar a mis secuaces y me retuvo afuera con el ejemplar de la revista a la voz de: "sé muy bien que esto es idea tuya" (cosa que negué con mi mejor cara de piedra) mientras batía las fotocopias mostrándomelas y procedió a romperla en mil pedazos diciendo cosas como: "Y que sea la última vez" y frases por el estilo. Tiró los restos de los papeles en un tacho de basura que estaba al lado de la puerta del aula, se quedó mirándome fijo un rato, y en un acto extraordinario sacó las hojas deshechas del cesto y me dijo (no lo voy a olvidar nunca en toda mi vida): "Mejor me lo llevo a mi casa y lo prendo fuego, porque vos sos capaz de juntar los pedazos rotos y pegarlos con cinta scotch"

Miro hacia atrás...y me alegro de no haberme traicionado nunca.

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