domingo, junio 18, 2006

EL DESAMOR DE LA SOMBRA

Sólo el hombre abatido había podido, no sin dificultad, entender aquel abandono. Consultaba con su propio reflejo -el del agua y el espejo- por temor a otro abandono. Es que el hombre había perdido a su sombra.
Ya el episodio no le parecía sobrenatural, más sí, fuera de lo común, pero al fin y al cabo una consecuencia lógica (dentro de todo lo lógico que puede resultar ser abandonado por la propia sombra) del amor y el desamor que sentimos por todo aquello que nos sigue y la costumbre que esto produce.
Ella había jurado amor eterno, sin embargo se fue.
Él la buscó en vano.
Rendido por el fracaso (¿Acaso perder la sombra no es perder un amor? ¿No es perder parte de uno?) procuró cuidar de su reflejo, a quien también inutilmente preguntaba por su sombra.
Sin embargo, una vez ella volvió.
El hombre se sorprendió, pero pensó que alguna vez debería pasar. No tener sombra, y peor aun, ser dejado por ésta, es no tener identidad, por lo cual, tarde o temprano ella debía volver.
Tomó sus recaudos. Es fama qué aquel que confíe en su propia sombra sale perjudicado; pero aun asi se contentó de verla.
Preguntó al reflejo que debía hacer, de que forma proceder y éste, a través de los ojos cada vez más cansados, contestó mudo con la premisa del Oráculo de Delfos. Por consiguiente el hombre abrió las puertas y ventanas de su casa para permitir la entrada del sol. Allí estaba la sombra entrando con la luz e implorando ayuda (asi como el hombre no es hombre sin sombra, la sombra por si misma sin objeto pierde su condición) fue escuchada por el hombre y éste tendió su mano oyendo el pedido.
Ella prometió quedarse. Él no le creyó.
El hombre dijo que ya habiendo perdido su identidad, era hora de buscar una nueva. Ella le rogó que no lo hiciera.
Tal vez confió demasiado.
Unos días más tarde la sombra volvió a irse sin decir nada. Sin decir gracias; sin decir adiós.
Jamás pidió disculpas por la herida. El hombre volvió a resultar abandonado y lastimado y asi quedó.
Enojado y humillado volvió a verse, primero en el agua, luego en el espejo, tal vez intentando buscar una nueva respuesta. Y allí la encontró de la peor forma. Porque se vio a si mismo, pero no a él mismo. Porque él ya no era él. Porque debía ahora buscarse y encontrarse. Porque había perdido su identidad pero encontró algo peor: nunca tuvo una. Sospechó que, al igual que Flaubert, había tenido una existencia imaginaria ya que no somos más que el reflejo de aquello que los otros ven en nosotros y no lo que nosotros vemos en el reflejo.
O peor aun que eso, ser todos los reflejos juntos y no ser ninguno; la luz, la sombra; la vida, la muerte; la esperanza, la desesperanza; el recuerdo, el olvido; el amor, el abandono. O peor aun ser el reflejo de algo que se fue. O peor aun, ser el reflejo de algo que todavía no existe; o peor aun, que no existirá jamás.