viernes, septiembre 19, 2008

LOS EXTRANJEROS

Una noche, en un pueblo a las afueras de Ankara, todos sus habitantes se fueron a dormir sin notar nada extraño. No habría por qué notar nada extraño. Sin embargo sucedió un fenómeno que solo advirtió un extranjero: esa noche, mientras dormían, los habitantes de Ankara perdieron la memoria. Al despertar, las personas se dieron cuenta de que nadie conocía a nadie.
El extranjero, que iba en camino a los montes Pónticos y pasó la noche allí, vio con pavor como todos eran extraños. La escena que más llamó la atención (acaso la primera) fue cuando un hombre le preguntó a la mujer con la que vivía:
- ¿Usted es mi esposa?
- No lo sé. ¿Usted mi marido?
-replicó ella en plena confusión. El hombre pensó un rato en silenció y dijo “no puedo contestar eso, no sé ni quién soy”

La pregunta inicial fue de los dueños de la casa en donde se hospedó esa noche. Cuando se dio cuenta de que nadie recordaba nada, él le explicó al matrimonio quienes eran; aún así no recordaban sus nombres ni sus vínculos. El hombre desmemoriado agradeció al extranjero la inútil aclaración y en muy poco tiempo el rumor de que había en el lugar alguien que sí recordaba se desplegó en todo el pueblo. Las personas se acercaron a la casa a buscar al extranjero para preguntarles quienes eran, pero no tuvieron respuesta. No conocía a nadie, salvo al matrimonio dueño de casa.
Miró a quienes lo buscaban y vio la desesperación del olvido en sus caras. Salvo algunas excepciones, todos vivían ese momento como algo eterno. No habían olvidado que tenían vidas, o que estaban en Turquía. Sólo –como si fuera poco- habían olvidado su propia historia. El extranjero, en un acto muy piadoso, viendo la angustia de quienes preguntaban, les dijo que mentía, que sí sabía, e inventó a todos una historia. Y así fue tramando nuevas vidas. Algunas, misteriosamente (tan misterioso como el azar lo permite) coincidían con las historias pasadas.
Una vez contadas todas las vidas, el hombre se marchó a los montes y pensó, acaso para justificarse, que si no mentía, el destino del olvido se adelantaría injustamente. Pensó en el pueblo de Galveston, cuando en 1900 todos sus habitantes se fueron a dormir y no despertaron nunca más. De algún modo, dejar a un pueblo sin recuerdos es matarlos un poco.

A lo largo de la vida la historia se atreve a dar cambios inexplicables.

Cuentan que a las afueras de Ankara, una noche llegó un extranjero que, por designio divino, había llegado a clarificar “la noche del olvido” como llamaron los habitantes turcos a esas fatídicas horas. Cuentan los historiadores que un matrimonio le dio alojamiento porque él había explicado que antes de irse debería ayudar al pueblo. Nadie sabía cuando llegó (no lo recordaban, ni constaba en ningún documento) pero sí cuando se fue.
En el acta civil que comenzaron ese día – por precaución- se mencionaba a todos los habitantes del pueblo, sus direcciones y sus familiares. Sabían que habían olvidado todo y que el extranjero los había hecho recordar. También figuraba que emprendía viaje al norte, camino a los montes.
Misteriosamente nadie recordaba el nombre del extranjero.

El tiempo, que sabe mucho de estas cosas, no permite, a través de los hombres, que no cambie la historia, para no alterar al olvido.

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