lunes, septiembre 01, 2008

EL PERSISTENTE SUEÑO DE ARENA

Las cárceles, como la arena, son eternas. Me atrevo a comparar, con cierta vulgaridad, a la cárcel con la arena, porque mis sueños son invadidos por la arena. No veo otra cosa que una infinita sucesión de granos que intento contar uno a uno. Maldito sea el que dijo que el sueño es la libertad del preso. En mis sueños no hay libertad alguna, solo es la prolongación de la condena.
Quién sabe hace cuánto estoy aquí encerrado; tal vez yo lo sepa, o tal vez no. No hay diferencia alguna. No recuerdo el mundo tal como era cuando yo era libre; menos puedo imaginar cómo es ahora, después de tantos años. Algunos hablan de progresos (muchos inverosímiles, sé que me mienten), pero en verdad ya no me interesa saber ni conocer nada de lo que esté afuera de estas paredes.
Cada vez que me duermo, abatido en el desgano, vuelvo a soñar con la arena. Ahí estoy parado en millones de kilómetros de arena. Ni siquiera se ve un horizonte. Alguna vez, al principio, supuse que este sueño significaba una especie de reloj. Alguna noche vi que los granos tomaban formas. Sabía que en cada uno de ellos había una clave, algún significado. Mi misión, mejor dicho, la misión del que soy cuando sueño, es descifrar y unir esas claves. Por eso los sueños se han vuelto pesadillas: porque ese falso reloj mide un tiempo variable en un espacio fijo pero indeterminado. Aquello que debería ser una evasión, no es más que un calvario.
Cuando despierto, todo sigue allí: imperfecto.
La cárcel es un infierno. No porque el mismísimo diablo mande aquí (que lo hace), si no porque el infierno toma su condición de infernal al ser eterno. No es la tortura lo doloroso; lo doloroso es saber que no hay final para esa tortura. La incertidumbre, la espera del fin de la condena, el no paso del tiempo (o el paso lentísimo y agobiante) es lo que convierte a este lugar en un lugar infinito y doloroso.
He visto hombres morir bestialmente. He visto la humillación y todos los males posibles. Y he visto, en los condenados perpetuos –como yo-, al ser asesinados, morir con una sonrisa. Esa es la imperfección del infierno: la grieta que permite el escape, el fin del tormento. No hay aquí otra cosa más cercana a la caricia de Dios que la muerte.
Yo no muero y mi infierno se hace físico y mental. He llegado a pensar que el mundo es de arena, que yo soy de arena, y que la cárcel es un sueño. Daría lo mismo. Si no he muerto aun, es porque sé que los destinos son inalterables; y el mío es averiguar qué hay detrás de ese sueño.
Los muros son altos, demasiado altos. Piedras chicas, piedras grandes. Paredes infinitas. Cada ladrillo, cada piedra es como un grano de arena: esconden algo indescifrable. Tal vez la cárcel es la prolongación de la memoria de los muertos. Otros presos han visto estas paredes miles de veces. Por eso siento que yo soy ellos, porque en mi memoria persisten sus más espantosas esperas. Cuando yo me haya ido, vendrá alguien que recordará las mismas cosas que yo recuerdo en este momento. Así como la muerte nos iguala, los recuerdos aquí ejercen la misma democracia y la misma agonía. Llevamos una memoria común.
Veo a los otros e imagino sus pasados. No me interesa recordar el mío. No sé quién fui. Nadie me recuerda. Como he dicho, sólo seré recordado por alguien que no sabrá quién soy. Todos los recuerdos se unen hacia un futuro inexorable. No hay pasado, solo la ilusión del futuro. Yo, al recordar lo que han recordado los que me antecedieron, me dirijo hacia ese futuro.
Me duermo otra vez y allí estoy, entre la arena. Aunque me resista debo buscar algo que me haga salir de aquí. Sé que el sueño terminará cuando lo descubra. Me desespera pensar que no lo pueda adivinar jamás y que muera sin advertirlo, hundido en ese infierno amarillo.
Camino y camino (con esa lentitud de los sueños). ¿Por qué camino? ¿Tan estúpido es mi otro yo, ese yo soñado, que no adivina que no hay adónde ir? Pero ahí estoy, dando pasos con muchísima dificultad, mirando los granos como si pudiera identificarlos. Quizás sí los distingo. Aún sabiendo que estoy metido en un sueño, no logro despertar para escapar de ese designio. Sigo con mi misión. Recuerdo, difusamente, que durante años llevé anotaciones de los símbolos que creía encontrar; símbolos ininteligibles, pero en los cuales creía adivinar alguna respuesta; o el principio de alguna respuesta.
Allí tracé las más variadas sinécdoques. Pistas soñadas, que eran completadas por la imaginación de la vigilia. Ninguna de esas figuras trajeron calma. Por el contrario; sólo sumaron confusión y desesperanza. Quemé muchas de esas anotaciones, aunque sobrevivieron varias.
Una de esas ideas (si puede considerarse el término), eran palabras divinas. Esa idea me obsesionó durante años. ¿Si Dios se manifestara en sueños? Tal vez quería decir algo.
Esa clave busqué –entre muchas otras- con insistencia. Pero aun influido en otros aspectos, como el amor, quizás un nombre, una imagen, lo que más me atraía (y aterraba) era encontrar algún símbolo que representara a Dios. Recordé en mi sueño (y muchísimas veces en muchísimas noches), que no he visto señales divinas mientras estuve despierto todo este tiempo. Sólo vi signos infernales.
Sigo buscando laboriosamente. Cada grano de arena parece una progresión de sueños y vigilias. Veo –una vez más- letras en los granos, acaso como si allí estuviera diseminado un Nuevo Libro que aun no se ha escrito. Me niego a ser yo quien de orden a esas palabras, pero el trabajo se hace solo: veo palabras enteras. Sigo, sospecho, pisando en falso; es una trampa para confundirme. Un enorme reloj que implica contar grano por grano, adivinar símbolos, no descansar jamás de la tortura. Enloquecer al fin.
Veo en la arena, en cada concatenación de sueños infinitos simbolizados en cada grano, las memorias de los que estuvieron antes que yo. Una sucesión de recuerdos, iguales y disímiles. Veo que los hombres, sus circunstancias, se conforman de memorias. Y allí veo sus vidas, que son tan iguales y tan distintas a la mía. Veo a un hombre mirando las piedras de la celda y veo que sueña un desierto infinito en donde ve a otro hombre recordando haber visto a un presidiario recordando la memoria de otros que lo antecedieron y que presagian su futuro en base a una memoria común.
Los símbolos toman forma, y vuelven a confundirse en diversos recuerdos, que tarde o temprano se convertirán, otra vez, en uno solo; en los que fueron y los que vendrán. Veo en la arena mi destino, mis circunstancias, mis olvidos.
Dios ha hablado
Vuelvo de mi sueño al mundo real que es esta cárcel y despierto sonriendo. Entiendo que la sentencia está marcada. Ya nada importa, al fin y al cabo la conjunción de memorias nos condena al olvido. Creo que he completado el significado del símbolo. Ya soy todos; ya soy nadie. Por primera vez entiendo que alguna de mis sospechas fue real: sueño la cárcel. Es apenas la libertad del preso que vive su condena en el eterno infierno de arena.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

no tengo idea porque pero me hiciste acordar muy mucho a Cortazar

Anónimo dijo...

propongo homenajear a nuestro amigo en su cumpleaños con un "d´onofriazo" como dijo el. poner desde su myspace sus canciones y escucharlas a todo volumen. le dije que iba a hacer esto y casi me mata. pero es muy tarde y ya no sabe que estamos haciendo esto.
Un beso muy grande MD y perdoname por decir que cumplís años (no le gusta que se sepa). Esperamos verte mil años mas.