viernes, septiembre 12, 2008

BREVE HISTORIA DE UN SUEÑO A DESTIEMPO

Tal vez sólo a mí me resulte divertida esta anécdota que viví ayer, porque viene sujeta a un sueño, pero quizás tenga su lado poético. Intentaré esforzarme para relatar esta historia lo mejor posible.

Como se puede advertir, una de mis nuevas aficiones y estudios tienen que ver con la máquina LHC. Me dio muchísima satisfacción saber que la puesta en marcha del acelerador fue un éxito. Estuve pensando muchísimo en el asunto, repasando principios físicos, releyendo algunos conceptos en ensayos que yo he escrito y publicado hace tiempo. En uno de ellos infiero que este experimento podría acercarnos a vislumbrar el final del universo. También dije que dentro de todas las cosas que se pretenden descubrir, se obtendrá poco y nada (pensamiento que Hawking ha desarrollado de manera formidable); pero lo que sí se descubra será (ya es el sólo hecho de que la máquina funcione) un cambio radical en todo. Este es el experimento físico más importante de la historia. Ya nada será lo mismo.

Ayer soñaba con una mujer que conozco. Mis sueños son espantosos, porque casi siempre sueño con gente que conozco. Guardo la esperanza de soñar con alguna mujer que no conozca aún, que se me revele de forma misteriosa. Cada tanto sueño algún argumento entero de historias que descarto, ya que los sueños no son buenos consejeros para los cuentos. Enredado en ese sueño, desperté por un ruido, como una explosión eterna que venía desde el cielo. Las ventanas temblaban. Fue en ese momento, cuando uno despierta y no sabe quién es, cuando aún no se ha recordado y no conoce, o no recuerda, sus desdichas, que escuché un grito: “¡el fin del mundo!”. No sé si soñé ese grito o si alguien lo dijo desde afuera. Y allí, en ese instante donde uno no es nadie y es todos, entre el sueño y la vigilia, aturdido por el ruido y el temblor de los vidrios, pensé: “¡falló la máquina! ¡Se acabó el mundo!
Fueron tres, cuatro segundos interminables, hasta que adquirí conciencia plena, y advertí que ese estruendo era un avión que volaba bajísimo, tal vez por la visibilidad, y cuando los aviones pasan tan cerca hacen un escándalo tremendo que dura muchísimo, en donde parece que se van a caer o a estrellar con algún edificio.
En esos casi cinco segundos sentí una extrañísima angustia al sospechar que todo se terminaba, que el planeta era absorbido por un agujero negro y que todo desaparecería en unos segundos más. Fue el momento más raro de mi vida. No es usual despertarse pensando que estamos en el fin del mundo. Lo raro es que no tuve miedo, sólo una sensación de tristeza. Inmediatamente llegó el alivio. Intenté dormirme de nuevo y me di cuenta de lo influido que estoy por este asunto.

Sin embargo no es nuevo en mí. Hace un tiempo había soñado algo parecido, un argumento en donde alguien inventa una máquina que pone en riesgo al mundo, y se lo conté a una amiga. Ella me dijo “¿Y por qué tendría que ser un día solo el fin del mundo? ¿No puede ser paulatino?” Le contesté que no, que es mejor que sea repentino y que en mi sueño, la imagen final del mundo era maravillosa: el cielo cambiaba de color y se derretía. Todo lo que no debía pasar, sucedía, y mientras la gente corría despavorida, yo veía, a través del personaje, este final como algo extraordinario y bello. Mencioné también la idea de Bioy acerca del olvido de todo. Él decía que toda la obra de la humanidad está destinada al olvido, porque, salvo que alguien se tome la molestia de trasladar todo a otro planeta, cualquier rastro del hombre se extinguirá ya que La Tierra tendrá su fin algún día.

Toda la vida me han tildado de fantasioso. Ahora, veo a la fantasía como un arma a mi favor. Por supuesto, si yo contara esta sensación del fin del mundo en el colegio de escribanos, me tomarían por loco; sin embargo, me alegra saber que mi pensamiento se acerca al de Bioy Casares y no al de los escribanos.
La imaginación, la fantasía, nos permite ir más lejos. El arte y la ciencia se basan en eso. Einstein, a los 15 años, le preguntó a su hermana “¿te imaginas lo que pasaría si uno pudiera sentarse en un rayo y viajar por el universo?” La ciencia requiere de preguntas que exceden a la realidad. El arte también.

Me imagino a un abogado pragmático diciendo “ese Funes, el memorioso, no puede existir porque nadie puede recordar absolutamente todo lo que ha visto en su vida al mismo momento”.

Por suerte existen personas que plantean cosas que van más allá.

Con mucha modestia, refiero una historia que me incluye. Hace algún tiempo, jugando con los límites del universo expansible, esbocé una teoría de diversos universos reversible, sucesivos y continuos, que se contraen por la expansión de los que están allí donde se piensa que no hay nada (ya que la nada no existe, es un concepto, pero no existe). Basado en la ley de fuerza, sería algo así como “este universo se expande, por lo que detrás hay algo que ejerce una fuerza menor. Tal vez ese algo sea otro universo con planetas que jamás conoceremos, y que está condenado a desparecer mientras este universo lo contrae a través de su expansión; y luego, otro universo sucesivo, que también se expande, contraerá a este que ejercerá menos fuerza y entonces todo esto también desparecerá, y así hasta el infinito”.
Dije eso ante algunos hombres de bien, grandes abogados y hombres pragmáticos. Fui mirado con desdén y tomado por un tipo muy poco serio.
Luego enuncié la misma teoría con escritores, matemáticos, científicos y me sonrieron diciendo “es una idea muy interesante”.

No es mérito mío, si no de ellos, que entienden que para descubrir algo, o para acercarse a la belleza, hay que conocer ciertas reglas y jugar con lo imposible. A partir de allí, se pueden obtener conclusiones o lograr buenos resultados artísticos. Ese es mi trabajo. Como dijo Borges: La obligación del artista es convertir los sentimientos en aritmética. Si no lo hacemos, nos sentimos muy desdichados.

Y sobre la angustia y no el miedo del fin del mundo que tuve al despertar, me despido explicándolo con una auto cita de una reflexión anterior sobre este tema: "Hasta es poético y heroico que un planeta vuele por los aires por los malos cálculos de una máquina y no por desidia. Es mejor reventar en pos del descubrimiento que morirse creyendo que el I-Phone es el mejor invento del mundo”.

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