sábado, junio 14, 2008

LOS DIENTES

¡Cuánta indignación!
No lo iba a contar, pero me vi traicionado por gente que yo creía confiable.
Es una historia muy compleja, así que pido máxima atención. Si no le interesa saber qué pasó en este misterioso hecho que relataré, entonces cierre este blog. Si usted es impresionable, también ciérrelo.



Me llegó una invitación de la Embajada Española en ocasión de una ceremonia que se da en honor al Príncipe de Asturias, aunque él ni se entera. Es proverbial que en las fiestas de la Embajada de España tienen lindos sandwichitos y hay siempre buen minerío. Decidí ir.
Me puse un traje oscuro, me peiné para atrás y me dije "es momento de usar los "dientes de festejo" (porque yo uso "dientes de diario" y "dientes de festejo" que son más brillantes. Esto fue iniciativa de mi odontólogo que me dijo "a vos te conviene usar dientes postizos. Todos los artistas de la farándula los usan", y ese argumento me convenció).

Hasta aquí todo caminaba bien, pero esa marcha de las cosas cambió cuando fui al cajón donde guardo los dientes. Con esto acabo de dar a entender que la dentadura no estaba. La busqué por todos lados y me acordé que se la había prestado a un importantísimo periodista que me los pidió para ir a una fiesta de la industria de la música. No voy a decir su nombre por discreción y decoro. Le mandé un mail para que me los devolviera:

"¿Cómo estás? Te escribo con cierto apuro ya que tengo que salir a una reunión y necesito los dientes que te presté. Por favor Sergio, avisame a qué hora puedo pasar a buscarlos. Te dejo un abrazo"

Recibí como respuesta este correo:

"Marcelo: Todo anda fenómeno. Estoy en la redacción del diario, pero te digo que esos dientes ya te los devolví hace tiempo. Fijate bien si no se los prestaste a otro. Un saludo"

Yo estaba completamente convencido de que la dentadura no había regresado. Recordé las palabras del escritor y periodista: "por favor, me los tenés que prestar porque esos brillan en lo oscuro y eso te hace ver más importante". Debo reconocer que el recuerdo de ese pedido me dio un cierto orgullo, que también sentí en el momento en que Marchi me pidió ese favor. Tal vez tuve una sensación más fuerte, impulsado por la extraordinaria perspectiva que da todo recuerdo de algo que nos enorgullece.
La búsqueda fue en vano. Quise pensar que los había olvidado en algún lugar. También eso fue inútil. La realidad era que los dientes habían sido prestados, pero nunca habían devuelto. Me resigné a seguir en mi engaño. "Ya aparecerán" pensé, mientras le pasaba Pulloy a la dentadura "de diario" y un movimiento infame me hizo tirarla al piso. Se partió de una manera que era imposible arreglarla. Faltaban horas para el homenaje al Príncipe de Asturias. Me sentí abochornado y confundido. Resolví que lo mejor era quedarme en mi casa.
A las siete de la tarde recibí la llamada de un amigo. Le expliqué lo que había sucedido, pero no mencioné la ausencia de los "dientes de salida". Mi amigo enseguida comentó:

-¡Qué pena! ¿Sabés a quién le podés consultar? A Sergio Marchi. Justo él dijo que esta noche planea ir a la Embajada de España donde va a llevar unos dientes que brillan en la oscuridad. Nos dio tanta curiosidad que hasta la mujer del embajador en Francia, que está en el país, dijo que va a ir, sólo para ver si eso es verdad.

Sentí un dolor en el pecho. Mi amigo hacía referencia a mis dientes. Pude ver, preso de la ira, imágenes violentas y sin sentido. "Yo tengo que lograr la admiración de la vieja esa de París, y no Marchi" pensé, pero sólo atiné a decirle:

- ¡Esos son mis dientes!

-¿Qué van a ser tus dientes?- refutó mi amigo. -¡Si acabás de decir que los rompiste! No seás envidioso (recuerdo bien que resaltó la última sílaba de "seas", y dijo "seás") y dejá que el tipo se distinga como corresponde. Este Marchi no deja de sorprendernos. Es un ídolo.

La furia me absorbió. Yo debía llevarme esa admiración provocada por el brillo de los dientes y no Marchi. Lo vi como quien ve a un enemigo. Me sentí un héroe solo, como Emilio Gauna peleando a cuchillo con el doctor Valerga, el terrible protector del grupo de Saavedra.
Me juré para mis adentros vengarme. Imaginé un ajuste de cuentas inigualable. Iría a esa fiesta, encontraría a Sergio y diría ante todos los presentes: "señores, así como lo ven, esa brillante sonrisa no es la de este periodista que tanto admiran, si no que me corresponde" y luego le quitaría la dentadura con una maniobra ágil. Estaba dispuesto a recuperar la gloria perdida: iba a recuperar mis dientes.

Llegué a la embajada en taxi. Lo hice tarde, intencionalmente. Bajé a una cuadra de distancia para nos ser visto. Si mi oponente advertía mi presencia podría escapar. Recorrí la cuadra entre cavilaciones. Podía verme caminar hacia ese lugar, desde arriba, como quien se ve en una imagen ajena. Sentí un ligero orgullo. Tal vez en verdad sentí un profundo orgullo: el de dejarme llevar por el destino. "No hay destino posible si un hombre no hace valer su coraje. El hombre de fe entrega su voluntad a la divinidad, que no es otra cosa que el azar difrazado. En cambio, el valiente enfrenta la desdicha con abnegación, no porque se sepa fuerte, si no porque se sabe destinado a cumplir con otro azar: el del Universo. No hay diferencia entre mi dentadura y el fin del Camino; acaso son la misma cosa. No son los dientes la cuestión, si no la valentía en ir hacia ellos, aún cuando no quisiera hacerlo". Todo eso pensé cuando estaba entrando al edificio. Presenté mi invitación y me perdí entre la gente, buscando, disimuladamente con la mirada, al usurpador.
Una señora de unos cuarenta años, que se veía bastante bien, se acercó a saludarme. Dijo conocerme de la Embajada de Alemania cuando presenté mi libro (me confundió con Jorge Asís, ya que alguna vez me hice pasar por él en ese en ese lugar). La saludé con precaución. Recuerde el lector que no llevaba dientes, así que hablaba con técnicas casi ventrílocuas. La mujer me preguntó, con un ligero acento que interpreté como francés, si estaba escribiendo un nuevo libro y le dije que estaba esbozando ideas. En ese momento, mientras improvisaba ser otro, vi a Marchi conversando con un grupo de gente. Lo rodeaban con admiración. Reía. "Parece Gardel" pensé. "Es innegable que le queda muy bien esa dentadura" completé mi pensamiento.
Ahí estaba; vestido implacablemente, con una copa en la mano. Disfrutando de una admiración que era en teoría mía. No me importaba que estuviera diciendo cosas inteligentes o buenos chistes, si no que le adjudiqué su éxito a mis dientes. En un momento hizo una mueca en donde reflejó el brillo de la dentadura mediante un truco con la copa. Lo aplaudieron. Al ver esa escena, tuve que apretar mis puños con el fin de contener un grito furioso.
Le dije a la señora que me disculpara y me dirigí hacia el grupo. Debían separarme unos diez metros; mientras caminaba, por alguna razón, deseché mi plan inicial. No quise hacer un escándalo en público; la seguridad me hubiera sacado de allí. Nadie me vio llegar. Me acerqué y dije: "Qué sonrisa señor Marchi..."
Marchi empalideció. Cambió la sonrisa por un gesto de disgusto. Volvió a sonreír y como un actor de los años cuarenta hizo un ademán saludando a la gente. "Si me disculpan, que tengan una buena velada", dijo. Lo saludaron. Las mujeres bellas y jóvenes parecían no querer irse. "Mis conquistas" me dije a mí mismo lamentándome, y contemplé todo lo que estaba perdiendo. Quedamos apartados.

-¡Oime, impostor! ¿Conque no tenías mis dientes, eh?- lo increpé.

- ¡Pará! Te estás confundiendo- dijo y saludaba sonriente con la mirada y con gestos a personas lejanas, para no despertar sospechas. -No levantes la voz.

-¿Que no levante la voz? Me humillaste. Te confié la mejor dentadura que tengo y me pagás así. Mirá las mujeres que me podría levantar. ¡Mirá como brillan!- dije casi llorando.

- Está bien- dijo Marchi, quitándole tensión al asunto. - La verdad es que no te devolví los dientes, pero no son éstos que traigo. Es cierto que me los quedé, pero no fue deliberadamente.

Me sentí confundido. Después de todas mis cavilaciones y conjeturas, parecía existir otra explicación al problema. No quise entrar en razón; demasiada energía había puesto yo en predisponerme para esa venganza.

- ¡Qué deliberadamente, ni deliberadamente! ¡Devolveme los dientes!

- Oíme bien, pibe- dijo Sergio con mucha firmeza. - Te estoy diciendo que estás confundido. Cuando me prestaste la dentadura me pareció tan elegante que me mandé a hacer una igual. La cosa es que en esos días, mientras no me habían entregado la que mandé pedir, me encontré con un amigo que me dijo que el brillo en los dientes que tenía esa noche en la fiesta de la industria de la música, le había parecido una cosa de otro mundo. Me imploró me verla para hacerse él también una. En seguida que se la traje, se la probó y no me la quiso devolver. Intenté sacársela, pero me mordió y se escapó. Por eso vine, porque sé que estará aquí esta noche y voy a recuperarla.

- ¿Y quién es ese matón que te ha robado mi dentadura?- pregunté indignado.

- Prefiero no decirlo. No le gusta que la gente sepa que tiene dientes postizos.

- ¡Pero tiene los míos!

- ¡Pedro Aznar!

Sentí unas incontenibles ganas de agarrar a Aznar del cuello. Todo dio vueltas; estaba cada vez más perturbado "¡Ahí está!" dijo Marchi y salí corriendo en busca del bajista, que sonreía con discreción. Lo agarré desprevenido; lo tomé de la solapa del saco, mientras le decía, ya enseguecido por la furia:

- ¡Vos me vas a devolver mis dientes o te mato!

- No, no- dijo Pedro casi con la boca cerrada.

- Dame la dentadura, Aznar, o acá hay una tragedia.

- ¡No la tengo! ¡La tiene Marchi!

- Pero él me dijo que la tenés vos, ¡farsante!

- ¡Te está haciendo lo mismo que me hizo a mí! Yo tenía una dentadura que me hice fabricar en Suiza. Porcelana de primera; y Marchi con la excusa de que la necesitaba para una reunión familiar, me la pidió y no me la devolvió más. Dijo que se le había robado un periodista colega de él y que lo mordió. ¡Tiene un problema! Se roba dentaduras y las colecciona. Lo hace como un hobbie, pero es un berretín patológico.

- ¡No digas más mentiras!- le refuté.

- Es verdad lo que digo. ¡Mirá con lo que ando de emergencia!- Sonrió y llevaba puesta una de esas dentaduras de Drácula que se venden en los quioscos; tenía los colmillos cortados o limados, para disimular un poco. -Es de emergencia, para salir del paso. Tenía que venir. No podía repudiar la invitación del embajador.

Estaba a punto de desmayarme o llorar. Aznar decía la verdad. "¡Allá va!" dijo Pedro, pero Marchi escapaba riendo fuerte y llevándose unos canapés. Esa risa final nos dejó desahuciados. Reía con malevolencia y, paradójicamente, con ese fulgor del brillo dental.

Al otro día desperté, con una resaca increíble. No sé cómo llegué a mi casa. A mi lado se encontraba durmiendo la mujer que me había confundido con Jorge Asís. Bajé a la calle. La gente vestía con trajes y sombreros. No entendía qué pasaba. ¿Por qué vestían así? Miré a mi alrededor y vi un afiche que sumó una espantosa confusión. El cartel rezaba "Esta noche, el afamado cantor de tangos Sergio Marchi junto con la Orquesta Típica del maestro Pedro Aznar, se presentan en el Teatro Nacional". Corrí a un puesto de diarios, pregunté qué día era. "sábado" contestó el canillita. Tomé un diario y le pregunté la fecha.

- ¿Qué le pasa? ¿Los carnavales le hacen mal? No, si yo siempre digo que los jóvenes de ahora toman dos cañas y ya no saben ni dónde viven. Es 1930, amigo.

La respuesta del hombre me dejó paralizado. Miré el diario y el año coincidía.

- ¿Qué hace vestido así? ¿Qué disfraz es ese?- preguntó el canillita. -Cada año el carnaval es más y más raro.

¿Dónde estaba? ¿En una Buenos Aires paralela, en la cual no rige ninguna continuidad de tiempo y espacio?
Volví a mi casa sin saber si había soñado el futuro, o si yo era sólo un sueño de alguien en algún otro lugar del tiempo; en algún mundo que confluye conjuntamente a este.
La mujer estaba despierta y me esperaba. No sabía su nombre. "Ha sido una gran noche en la Embajada. Las fiestas del Príncipe de Asturias son siempre espléndidas. Será mejor que me vaya; si mi marido, el cónsul en París, se entera de esto, nos matará a los dos.
Ella se fue.
Quedé sentado en la cama pensando cómo había llegado allí; o peor aún: cómo había escapado de ese lugar, de ese pasado que tal vez nunca había abandonado.
Por cierto, los dientes, estaban en el cajón.


Dedicado a Sergio Marchi, que espero que si lee este relato, se lo tome con mucho humor, ya que yo le tengo un gran aprecio y consideración porque es un gran periodista y un gran escritor, aparte de un tipo fenómeno (aunque no lo conozco personalmente, esas cosas se notan). Y además no tiene dentadura postiza. Es pura ficción. Se lo pueden preguntar...bah en realidad no, no le vayan a preguntar eso, porque ya los conozco y le van a decir "Oiga señor Marchi, ¿es verdad que usa dientes postizos que brillan en la oscuridad?", porque me van a hacer quedar muy mal. No, no; si son terribles, eh. No tienen respeto por nadie.

Mejor me voy, antes que me siga indignando.

3 comentarios:

Chinita Jodida dijo...

Jajajjajajajajajajjaj!!!!!!!! :)

Marce D´Onofrio dijo...

Hola Chinita. Bienvenida al fascinante mundo de N.S.N, donde ningún sueño se cumple y se difama a todo aquel que esté en contra nuestra.
Gracias por la carcajada, la estaba necesitando.

Un beso.

Chinita Jodida dijo...

Al contrario, la verdad es que me causó mucha gracia. A mi se me cumplen siempre - únicamente - las pesadillas, quizás este lugar rompa el hechizo. Gracias por la bienvenida. Un beso.