martes, marzo 25, 2008

AMORES PERDIDOS EN LA ESQUINA

Existe una esquina, casi imposible de ubicar voluntariamente, en donde aquel que pasa por allí se encontrará con todo aquello que alguna vez ha soñado, y peor aún, con todo lo que ha perdido.
Al menos una vez en la vida, cada persona deberá perderse en esa esquina. Es una ley universal, y bien sabemos que esas leyes no pueden ni deben romperse. Cuentan algunos memoriosos que varios transeúntes han llegado a pasar hasta dos o tres veces, incluso a propósito. Lo que nadie ha sabido explicar es cómo esos que han caminado por allí pudieron hallar el lugar.

Nadie sabe bien tampoco en qué barrio se ubica la esquina. Los relatos son confusos. Algunos han dicho Palermo, otros mencionaron Belgrano y hasta se llegó a decir que se encontraba en Chacarita. Por lo visto, ningún testigo es digno de fiar. Un vecino de Villa Urquiza fue más lejos en sus dichos: juró que la esquina se ubicaba en algún corte de la calle Tronador. De todos modos nada de lo contado anteriormente es confiable.

Alguna vez me dejé llevar por la curiosidad e intenté encontrar la esquina. Caminé por muchos lugares pero sin ningún resultado. En cada córner miraba con la esperanza de cruzarme con gente que se ha ido, viejas amistades, amores inconclusos. Pero no encontré nada. Cada víspera era seguida por una desilusión. Incluso en esquinas de arquitectura extraordinaria, con antiguas casas dignas de admiración, mi reacción era la misma: el fastidio por el fracaso de la búsqueda malograda.
Hasta he caminado en diagonal, en algunas calles de Palermo Viejo, en donde nacen tres esquinas, fingiendo ser un paseador ocasional, con el mismo resultado fallido.

Alguna tarde, un tiempo después, me encontraba en un bar de la calle Arenales esperando a una novia. En una mesa próxima un hombre relataba a sus amigos algo referente a ese lugar misterioso que tanto he buscado. No pude evitar acercarme a la mesa y presentarme ante ese señor. Le pedí disculpas por la intromisión pero había escuchado algo de su charla y pasé a explicarle que durante semanas había estado buscando esa intersección. El hombre, en generosa actitud, me invitó a tomar asiento y a escuchar el relato. Contó que alguna vez, por casualidad, llegó a la esquina y se encontró con antiguas novias y con profesores del colegio. Todos llevaban una mirada de sorpresa. Nadie se detuvo a saludar. Tal vez todos aquellos estaban de paso y también se vieron por casualidad. O tal vez ellos también buscaban esa esquina y todo lo perdido.
Con el transcurso de las horas la mesa se fue vaciando. Quedé solo con el hombre quien en tono de infidencia me dijo:

- Durante mucho tiempo he buscado esos recuerdos. Cuando llegué allí no me di cuenta que había encontrado el lugar. Sólo sucedió. Vi a mis mejores amores caminar en frente mío y cuando quise reaccionar ya estaba lejos. Supe entonces que había pasado por la esquina de los recuerdos, pero es también la esquina de los sueños que no son, y esos sueños son los amores que han sido o que no fueron ni serán jamás.

- ¿Pero cómo se llega allí?- Pregunté inquieto.

- No se llega.- Dijo el hombre.- La esquina llega a uno. Seguramente usted debe estar esperando a una mujer. Yo también he tenido su edad y he buscado esas calles. Pero déjeme decirle dos cosas; primero que la esquina aparecerá cuando busque otra cosa, en el momento menos pensado. Y segundo, que la mujer que espera no vendrá-.

- ¿Cómo lo sabe?

- Sólo lo sé. Créame-.

El hombre pagó y se fue. Su expresión me pareció familiar pero su sentencia inútil. Si bien habían pasado algunas horas y mi novia nunca llegó, pensé que sí iba a poder encontrar, aunque sea por descarte, la esquina de los sueños, los recuerdos y los amores perdidos.

Durante los meses siguientes lo único que ocupó mi cabeza fue el dolor por el abandono de aquella chica que esperé en el bar. Me maldije cientos de veces por ese fracaso amoroso. Ya nunca respondía mis llamados. La esperaba horas frente a su casa y no llegaba jamás. Tuve que resignarme a entender que ya no me amaba.
Probablemente tendría otro amor. Alguien mucho mejor, claro. Si tal vez hubiera hecho las cosas bien; si hubiera sido mejor tipo. Si le hubiera demostrado mi amor de una manera más eficaz. En todo eso pensaba mientras caminaba muy apenado una noche de vuelta a mi casa. Tejía en mi cabeza alguna mejor excusa para consolarme cuando vi a María, una chica de la cual había estado perdidamente enamorado en mi primera juventud. Nunca le declaré mi amor, pero no era el momento de demostrar ningún arrepentimiento y traté de hacerme el distraído. Creo que ella me vio y también fingió no reconocerme. Creo que la esquivé más por lo inesperado del encuentro que por apatía. Sorprendido aun por este hecho, unos metros más adelante vi a mi vieja profesora de química. Estaba igual a cuando yo era un estudiante. Quise no creer que podía llegar a haber encontrado la esquina que tanto había buscado. Recordé a mi familia. Recordé a mis amigos. Empecé a recordar viejos anhelos y sueños frustrados. Consternado, di vuelta la calle, y allí, en sentido contrario doblaba Claudia, aquella mujer a la que tanto amé y jamás llegó. Un gran amor, tal vez por ser un amor fallido. Quiso no verme. Quedé quieto y di vuelta a mirarla cuando pasaba al lado mío Eugenia, esa a la que amé como ninguna y que me había olvidado antes de que yo pudiera decirle que la quería. Había sido también un gran amor, quizás el mejor, por haberme olvidado. Y así fueron pasando los mejores amores, que son todos. Y los mejores recuerdos, y los mejores sueños. Y a lo lejos vislumbré el futuro, pero no pude verlo, salvo en un pequeño detalle: cuando salía del asombro y apenas recuperaba el movimiento y el habla, pasó al lado mío el hombre del bar. Se detuvo y me dijo:

- ¿Ve? Le dije que iba a encontrar esta esquina cuando menos se lo esperara.

- ¿Cómo lo supo?- Pregunté estupefacto.

- Porque a todos nos pasa lo mismo.

- ¿Pero cómo supo que aquella chica no iba a llegar jamás?

- Porque como le dije, yo he tenido su edad. Y a su edad alguna vez esperé a una novia en un bar mientras hablaba con un hombre que me contaba sobre esta misma esquina.

- ¿Quién es usted?

- ¿No te das cuenta? Te dije que alguna vez estuve aquí...y aquí estás.

Aquel hombre era yo, y yo su recuerdo en aquella esquina.

8 comentarios:

Nanu dijo...

Quizas una version romantica, algo melancólica de "el otro" del gran Borges..
Me gusta los que querrias preguntarte aconsejarte...mientras que borges se "avisaba" a el mismo que quedaria ciego...vos te estas avisando que sufriras por amor, quizás una vez mas..ese anhelo de no querer sufrir mas y al mismo tiempo uno sabe que ese es dolor es dulce, que se nos hace adicción..

Anónimo dijo...

A veces es difícil contestar y agradecer un comentario como el de Nanu.
Cuando lo leí sentí una profunda alegría que intenté agradecer en privado pero quiero también agradecer públicamente.
Ya que alguien se tome el trabajo de leer esto que hago es motivo para agradecer, pero hay más.
No todos los días a uno le dicen por las cosas que escribe lo que está dicho ahí arriba.
Escribir un cuento, largo o breve, lleva algún tiempo, es tedioso y hasta diría que se escribe a pesar de la voluntad propia. En mi caso debo sumar otras dificultades como la torpeza en la prosa, las trampas de los lugares comunes y la repetición obsesiva. Casi nunca salgo bien parado de eso. Escribo de un modo ineficaz. Y en todo eso hay algo peor: uno escribe en la más estricta soledad.
Pero así y todo se va aprendiendo el oficio, con muchísimos errores, pero algo se aprende. Y así y todo uno sigue escribiendo por un montón de cosas, entre ellas para enfrentar la soledad, para esquivar a la muerte, pero, tal vez sobre todo, para ser querido. Porque hay en cada relato algo oculto, un mensaje que está quizás escondido entre palabras que significan algo, pero también significan otra cosa; como dice un querido escritor argentino "soy esto que escribo, pero también todo esto que no escribo". Porque el arte está hecho de carencia, no de abundancia.
Por eso, el comentario de Mariana es para mi un premio. Hace valer el esfuerzo de escribir a pesar de mis limitaciones y me hace sentir que uno, en esa soledad que implica el arte, no está tan solo.

Muchas gracias.

Marcelo D'Onofrio

Anónimo dijo...

la verdad que esta historia que narras la necesitaba, me hizo un clic en el momento que mas lo necesitaba, te mando un abrazo.

Anónimo dijo...

Marce, sos muy bueno escribiendo, ya sé que te lo dije muchas veces antes, es un gusto poder leer algo tan bueno habiendo tanta gansada dando vueltas por ahí.
besito.

Anónimo dijo...

Usted señor Marce es groso, sepalo.

Muy buena historia para leer antes de ir a laburar.

Mil disculpas por ser breve en el comentario, como rozando lo fotologuero patetico, pero ahora que lo termine de leer me di cuenta que ya tengo que irme.

Nos estamos viendo.

Suerte

Anónimo dijo...

Lucho: Te agradezco tu comentario. No sé bien en qué puede lograr este cuento hacerte un clic, pero es lo bueno del arte: cada cual la da una interpretación propia (sin perder la original, espero). Si este humilde relato puede hacer eso, entonces estoy haciendo las cosas bien.

Carla: Muchas gracias también por lo que decís. Uno, como he dicho antes, escribe para ser leído y para otras cosas. Sospecho que aunque tengo muchas dificultades para escribir, a veces puedo no hacerlo tan mal; y eso no se evidencia por los elogios, que agradezco infinitamente, si no por la genersoidad con la que soy tratado en tus palabras.

Capitán: También quiero agradecerte. No creo ser groso (no es que sea bueno, si no que los otros son muy malos, ajjaa). Yo no sé si es una historia para justo irse a trabajar (porque sospecho que leer algo así desconcentra), pero de todos modos ¿quién soy yo para decir cuándo es mejor leer algo mío? ¡Es más! Yo diría que nunca es el momento ideal para leerme, así que te agradezco mucho que lo hagas y espero no haber afectado el trabajo con esta historia circular y reversible.

Saludo también a Adriana que si bien no ha comentado, estuvo dándome unas consideraciones en privado muy lindas por este cuento(y que no voy a repetir por pudor).
Le agradezco a ella también, que siempre está leyendo y haciendo observaciones de lo que escribo; actitud que yo valoro muchísimo.

Y quiero decirles a todos que me da mucha alegría que estén por acá, dedicándome un poco o mucho de su tiempo. En momentos donde hay miles de cosas más importantes que hacer, ustedes siempre están saludámdome con mucha generosidad.
Para mí es mucho. Me siento muy orgulloso de mis lectores, cada vez más. Incluso de los que no participan activamente comentando o dando opinionenes nunca, o los que vienen por aquí esporádicamente.
Ustedes me marcan que algo estoy haciendo bien. ¿Qué estaré haciendo bien? Bueno, eso no lo sé, pero que ustedes se prendan en esta propuesta artísitica que no corresponde a los formatos que tienen más popularidad, ya es toda una idea y en lo perdonal, un logro enorme.
Muchísimas gracias a todos.

Marce.

Mai Lirol Darling dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Mai Lirol Darling dijo...

Paso, firmo y reafirmo lo dicho.

Adriana