lunes, noviembre 12, 2007

LA MÁQUINA

Gracias por esperar.

En los últimos días estuve muy ocupado, pero de una forma un tanto extraña.
Tuve un problema en una entidad bancaria (ya sabrán los lectores mi afinidad con los bancos, donde –al igual que los supermercados- rigen las normas de un mundo paralelo. Nada de lo que sucede en los bancos tiene que ver con el mundo real. Basta con, por ejemplo, empujar a una señora para que se caiga, y podrán ustedes notar que no se cae al piso, si no que flota, ya que ni la ley de gravedad tiene vigencia en estos lugares).

Como dije, estaba esperando para hacer un trámite y hacía mucho calor, por lo que me dirigí a una máquina expendedora de gaseosas que había allí. Deposité dos monedas, como reza el cartel y la lata de gaseosa no salía de la máquina. Primero le pegué un poquito, de un modo más bien disimulado y la lata no caía. Apreté algunos botones ya con más fuerza y no ejercía ningún resultado.
En ese momento el guardia de seguridad pasó al lado mío y le dije:

- Disculpe señor, mire, tampoco es para hacer un escándalo taaan grande, pero, no sé cómo decirlo, pero resulta que puse un peso cincuenta y apreté un botón, este botón...ojo, podría haber apretado otro, elegir una Sprite por ejemplo. No le digo una gaseosa light porque yo estoy bien de peso, no tengo ese problema, pero bueno, si uno quiere es libre de tomarse una Sprite light...quiero decir que no necesita tener un, digamos, un sobrepeso, usteeeed es libre de tomarse una gaseosa ligth. Si usted quiere, inclusive, para que usted no deje de vigilar, le alcanzo una light, pero ahora no puedo. ¡No es que no quiera ¿eh?! ¡Cuidado! Yo no tengo ningún problema en alcanzarle la gaseosa light, pero ahora no, porque me comió las monedas.

- ¿Eh?- Conestó el guardia, mostrando una total incomprensión a mi claro mensaje.

- Que me tragó las monedas de las gaseosas.

- Mala suerte, flaquito- Dijo y se fue...

La bronca me hizo pegarle a la máquina un golpe seco, y el plástico que hace de tapa, en donde salen las figuritas de las gaseosas, se hundió, lo que dejó un agujero.
Me sentí un poco mal por eso, temí ser visto, pero como vi que nadie prestaba atención (un viejo gritaba que quería cambiar monedas de hace 36 años, lo que hizo que todos miraran para otro lado y ver el decadente espectáculo), aproveché la situación y metí la mano en la máquina para sacar mi gaseosa. No podía encontrar nada, así que me fui metiendo de a poco. Primero la cabeza y después un poco el torso. Era una máquina grande así que estaba como trepado hacia adentro, y cuando me quise dar cuenta estaba metido del todo. No me molestó tanto este detalle, el enojo me hizo buscar la lata sin pensar demasiado en lo que pasaba. En un momento me encontré con el deposito de latas y agarré la mía. Estaba dispuesto a salir pero aparecieron dos problemas: el primero fue que no sabía por dónde salir; y el segundo y no menos importante, fue que apareció el guardia con otro más y lo escuché decir:

- Mirá Juan Carlos. Otra vez se cayó la tapa de este cacharro. A ver, trae un cartón para taparlo.

Y yo, por miedo a ser descubierto, me quedé callado. Fui perdiendo la noción del tiempo, no sabía qué hora era, pero supuse que ya eran más de la tres de la tarde porque el silencio era total. A las horas me cansé y pensé que era mejor salir, total evitaría la vergüenza de ser visto por toda la gente y me limitaba a ser descubierto sólo por el guardia. Comencé a gritar “socorro, estoy atrapado en la máquina de gaseosas”, pero mi llamado fue en vano, nadie escuchó, lo que me hizo dar cuenta de que el guardia o estaba dormido, o simplemente no estaba.
Reflexioné mejor y supuse que salir implicaba hacer sonar alguna alarma, o quedar filmado por una cámara de seguridad.
Preferí esperar el momento indicado para escapar.

Pasaron tres días.

Me alimenté a gaseosas, inclusive las light, y un sándwich que, supongo yo, habrá tirado el guardia (tenía un mordisco, por lo que pienso que no le gustaba) mientras yo dormía. En un momento, cuando se escuchaba a toda la gente, pude oír unas monedas que caían y el mecanismo de la máquina se activó. El sistema me arrastró hasta donde caen las latas y fui a parar ahí. La cara del que esperaba su bebida no fue, digamos, de disgusto, si no más bien de sorpresa. Por suerte tenía yo dos latas en la mano y le di una a este hombre, y me fui tomando la otra, ante la vista atónita de los clientes del banco que estaban un tanto asombrados. Inclusive el guardia se me quedó mirando y no llegó a decir nada, ni siquiera atinó a detenerme o preguntarme algo, así que le dije, antes de salir caminando:

- Lástima que no me ayudaste el primer día con esa máquina, si no te traía la light; a tu salud.


A la salud de ustedes, gracias por venir.

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