lunes, septiembre 10, 2007

LOS GRANOS DE ARENA

Cuentan que en algún lado del mundo (probablemente en Oriente Medio) un hombre pasó sus últimos cuarenta años de vida intentando contar cuántos granos de arena había en el desierto (mis estudios me llevan a inferir que fue en el desierto de Judea hace 3.000 años).
Esta información me llegó hace dos años. Investigando sobre la vida de los beduinos, encontré en la Biblioteca un ejemplar del "Amparo" de Sihâboddin- Al-Ramaha. Es proverbial lo difícil que es encontrar ese libro: hay sólo seis ejemplares en todo el mundo. Uno de ellos es inaccesible, y otro está perdido (el que sí sobrevivió al incendio de Alejandría, pero misteriosamente desapareció, irónicamente, en el Museo de Londres) , por lo que sólo quedan cuatro.
En el Amparo, escrito originalmente en arameo y traducido al latín y al francés (éstá última versión es la disponible aquí), se describen ciertas leyendas, y muchísimos casos verídicos.
Se cuenta que el hombre que intentó contar los granos de arena dejó una suerte de bitácora. Era un peregrino que estaba convencido de una idea extrañísima "Los granos de arena esconden un secreto. En cada grano hay una letra (se entiende letra como símbolo). Una vez que la primera letra es encontrada por séptima vez, deberán ser ordenadas en un orden específico. Ese orden formará una palabra que no es otra que el nombre de Dios ".
Es aquí donde se pierden las claves, porque habla de diversos desiertos, y parece llegar al fervor de su locura en Judea.
La idea, por más descabellada que parezca, me pareció muy interesante: no sólo hay que buscar, vaya uno a saber cuántas letras, si no que hay que ordenarlas una vez encontrada la primera por séptima vez. ¿Pero cuál es el orden?
En el Amparo se da un orden casi matemático, algo que hoy podría ser descripto como una secuencia algorítmica.
Esta idea fue abrazada por ciertos estudiosos teólogos y filósofos. Pero muchos pagaron con su vida: durante la inquisición el sólo hecho de nombrar a Sihâboddin- Al- Ramaha o al Amparo, implicaba ir a la hoguera sin escalas. Los ejemplares manuscritos que se difundieron fueron destruidos por orden de la Iglesia católica en el 1300. Los libros que sobrevivieron son los que han sido cuidados por algunos temerarios. Han tenido que pasar por generaciones con la más absoluta discreción. Se ordenó, como ya he dicho, en lo sucesivo, perseguir y matar a cualquiera que quisiera sospechar que aquella blasfemia podía ser verdad. Incluso recordar estaba prohibido. El Amparo era un pase a la muerte hasta en la memoria o en su leyenda. El mismísimo Guttemberg fue amablemente advertido sobre algún intento de impresión, entre muchos otros libros. Pero ya se sabe que sucede en estos casos: alguien logra copiarlo.
Parece ridículo que un ejemplar del Amparo -impreso, no a mano- esté en Buenos Aires, inclusive con cierto desdén, ya que ningún empleado de la Biblioteca sabía de su existencia, o no parecía importarles.
Algunos sospechamos que la llegada de ese libro se lo debemos a Borges durante su dirección en la Biblioteca Nacional, quien amaba ese tipo de literatura.

¿Por qué pasar cuarenta años buscando y contando granos de arena?

Ibarrola me regaló hace un tiempo un frasco de arena negra procedente de Costa Rica. Motivado por el Amparo (en aquel entonces me encontraba traduciéndolo, o intentando traducirlo con mi pobrísimo francés) me dediqué a estudiar esos granos de arena. Para poder hacer una investigación minuciosa me recomendaron vacunarme contra el paludismo. Así lo hice. Pasé tardes y noches en un laboratorio de la Facultad de Medicina analizando esos granos. No encontré nada. La arena negra es muy parecida a la pólvora, pero brillante. Sometida una cierta cantidad de arena a la luz negra, pueden advertirse, con un buen microscopio, diversas marcas que pueden complementarse como un rompecabezas. Procedí a analizar grano por grano: había, tal como lo describió Al-Ramaha, una descripción; lo que en la antiguedad podría entenderse como un símbolo. Mas preciso aún: lo que hoy es un símbolo, en la antiguedad eran códigos entendidos como letras.

La leyenda era cierta.

No podía obviamente contar todos los granos del mundo. Los geólogos dicen que la arena no existe, que son partículas de tierra, o algo así.
Un mes después de ese descubrimiento, en febrero, viajé a la costa. Mientras caminaba por la playa pensaba en todas esas letras. En que allí estaba el Secreto. Que en todas esas partículas se escondía el nombre de Dios. Quien lo sepa, sabrá todos los designios del mundo. Podrá ver todos los hilos del Universo, todos los enlaces.
La sola idea de entender eso y su inaccesibilidad me desesperaban.
Una noche decidí nadar en el mar. Estaba muy oscuro y la corriente no era favorable. El mar estaba muy picado. En un momento no hice pie, nadé con dificultad y una ola me empujó cerca de la orilla, en dónde me golpee la cabeza con una piedra. El golpe fue muy fuerte. No pude reaccionar. No me ahogué por reflejo, me levanté, caminé y caí muy dolorido donde el agua apenas llegaba. Perdí la conciencia por un momento, estaba muy aturdido y como un instinto, agarré un puñado de arena para sostenerme de algo. En ese momento me senté y miré la playa, miré mi mano y entendí todo.
Había en cada grano de arena un recuerdo. Pero no míos, si no de todas las personas del mundo. Había allí historias de amores, de desamores, de abandonos, de alegrías, de tristezas, de desidias, de infamias, de coraje.
Comprendí entonces que aquel que encontrara todos sus recuerdos y sus olvidos, y pudiera ordenarlos, comprendería en nombre de Dios. Comprendería los designios del Universo.
Hoy ya no sé ni siquiera si soy D´Onofrio, porque sigo entre recuerdos y desamores ajenos y propios. Hoy soy todos los hombres. Hoy soy ninguno. Entre estos recuerdos, donde también se develan sueños, puede verse el futuro. Los amores que no llegarán. Por eso comprendí que uno es todo aquello que no es; que no ha visto. Que ha amado, pero también que no ha amado.
Entendí entonces el nombre de Dios, pero no tiene sentido develarlo, porque más claro es si no se lo conoce. Oxímoron extraordinario el darse cuenta que más somos mientras menos somos.
Y tampoco tiene sentido revelarlo, porque de alguna manera estoy aún buscando todo aquello que es innombrable. Porque si somos todo lo que no es, aún tenemos esperanza de serlo, por más que yo ya no sea yo. Por más que, como he dicho, sea todos. Por más que, como he dicho, sea nadie.

Dedicado a M. L. A y G. G. R

2 comentarios:

Mai Lirol Darling dijo...

Comprendo muy bien la revelación que describes del momento en que se entiende ese “nombre de Dios” (atención que esto no tiene nada religioso de por medio ni coincide con la concepción católica-apostolica-romana, de hecho soy atea). Sea literatura o no el momento del puñado de arena, esa revelación –que desafortunadamente dura sólo unos instantes- es una verdadera epifanía que conjuga a la humanidad entera dentro de uno mismo, no afuera.

Ah, me gustó eso de las cosas innombrables, son inefables, están ahí y no se hable más, a veces querer buscar palabras solo logra reducirlas, mejor apague y vámonos.

(Asegúrate de que M.L.A. y G.G.R. se enteren de la dedicatoria, no pueden pasar desapercibido este post)

RocanLoveR dijo...

Habiendo leído el post siguiente y si bien me resulta un tanto interesante a fines prácticos, se entiende (broma), me quedé pensando en este post, y en los millones de granos de arena, que pueden revelar los designios del universo, en la visión en la playa,... y mientras escribo esto pienso, que quizás el universo mismo es también un puñado de arena, y pienso así en la inmensidad de las cosas, y en la pequeñéz de las mismas...
Al fin, todo siempre depende desde donde se lo mire, y de alguna manera somos todo y al mismo tiempo somos nada, una marea de posibilidades que se concretan y se pierden, que son o dejan de ser o nunca fueron pero podrían ser...
No somos todo y no somos nada, solo somos lo que somos...

Me fui por las ramas, espero se entienda lo que quise decir, como sabés Marce, estas visiones que nos hacen entender todo en un instante, me atrapan.

Un placer como siempre, pasar por aquí, mis abrazos.-