jueves, mayo 24, 2007

EL BANCO

Es una historia muy extraña.
Recibí un cheque, por un monto no muy significativo, al portador. La persona que me lo dio me dijo que únicamente podía hacerlo efectivo en un banco especifico. Jamás había oído yo el nombre de ese banco, pero como no soy un tipo del mundo de las finanzas, pensé que era uno de esos bancos nuevos que son fusiones de entidades un tanto desprestigiadas y ponen otro nombre para pasar desapercibidos.
Sin embargo me equivoqué y bastante. Llegué a la sucursal (según reza el cartel "la única) que queda en dos esquinas de las cuales había tampoco oído nada, pero como no soy un tipo que se conoce todas las calles no me importó. El taxista que me llevó, cuando le dije la dirección, no supo al principio como llegar. Fue bastante dificultoso encontrar la intersección. Pero llegamos y cuando entré, haciendo la fila en una de las cajas, agarré un folleto donde explicaban que se trataba de un banco nuevo "confiable", "seguro" y esas cualidades que los bancos dicen tener de sí.
La estructura, en la fachada, y al estar en una esquina, es muy parecida a la del Banco de la Provincia, que tiene un mismo diseño para todos sus edificios y siempre, o casi siempre, está ubicado en una esquina. Por dentro era bastante moderno, con televisores de plasma donde salían avisos y promociones de cuentas de ahorro y plazos fijos.
Aquí comienza lo insólito: cuando entro, los empleados me miran y se comentan cosas. Una chica muy agradable me sonríe y me saluda un tanto tímida. No sé por que, pero cada vez que hago un trámite bancario me enamoro de alguna empleada del lugar. Las chicas que trabajan en esos lugares me parecen muy seductoras. Tal vez sea por el misterio que me inspiran las empleadas en servicio de atención al cliente, o quizás porque generalmente están bastante buenas. Creo que es más el segundo factor que lo primero, pero de todos modos no tengo mucho éxito. Mis requisitorias amorosas son contestadas con un "la caja está por ahí" o "el señor le va a tramitar la tarjeta de crédito" o "¿qué me importa que estés enamorado de mí?" (esa pregunta es la respuesta más frecuente que recibo, no sólo en los bancos). Pero aquí parecía andar todo muy bien. La chica me miraba y sonreía; entonces pensé que cambiaría el cheque, luego me acercaría a su escritorio y fingiría interés por cosas monetarias y ahí le declararía un profundo amor. Ya estaba todo muy bien planeado cuando aparece un hombre que se me acerca y me dice: -No señor, usted venga por este lado-
- ¿Qué?- Pregunté sin entender nada. - Sí, sí. Venga por acá- Respondió el hombre.
Me llevó unos metros, casi por un costado, a su escritorio y se presentó como el gerente del lugar.
- Es un placer conocerlo en persona- Me dijo sin que a mí me despertara del todo una sospecha ya que pensé que se trataba de un ardid comercial: un servicio personalizado, ameno para que uno quede encantado con esas cosas y hacerse socio vitalicio del club de la nada. Pero no. El gerente me dice:
- ¿Que lo trae por acá?
- Bueno, vine a cambiar un cheque.
- Pero usted no necesita hacer esa espera amigo, démelo que yo lo llevo a la caja cuatro que está para estos casos.
- Pero yo no tengo ningún problema...
- ¡Demeló!- Insistió el gerente acentuando la última sílaba, y yo en un acto reflejo, ahora sí sin entender mucho, le di el cheque. Lo miró, me miró y esbozó algo así como "se ve que las regalías no son muy buenas". Se levantó, me pidió que lo siguiera y me llevó, efectivamente, a la caja cuatro; le dijo algo al cajero que no llegué a entender bien y el muchacho me saludó muy cordialmente. El gerente se fue y se acercó a un hombre vestido de elegante sport, un tanto mayor y me señaló. El señor sonrió al verme y movía la cabeza como diciéndole sí al gerente. El cajero me daba el dinero cuando veo que el gerente y el otro hombre vienen en dirección mía. Confieso que me asusté un poco. Temí que existiera algún problema con el cheque y yo necesitaba esa plata. Pensé: "Ahora me hacen devolver la guita", "chau, no me queda nada, siempre lo mismo" y "yo quería levantarme a la de atención al cliente". Sentí una profunda angustia. Veía como estas dos personas se acercaban a mí y era un momento eterno. ¿Qué quieren?. "No pienso devolver la plata, es mía" iba yo a gritar casi cuando el hombre que acompañaba al gerente me dice, extendiendo la mano:
- ¡No diga nada! Pancho Ibáñez ¿No es cierto?
Quedé mudo.
- ¿Cómo le va Pancho? Es un honor tenerlo en nuestro banco. Lo sigo desde "El Deporte y el Hombre"
- ¿Eh?- Llegué a decir, ahora sí sin entender absolutamente nada.
- ¡Pancho!- Prosiguió el hombre- Qué alegría tenerlo aquí. Déjeme presentarme, yo soy Jorge Anzué. Soy el dueño de esta entidad y estoy muy orgulloso de su presencia aquí. ¿Lo han tratado bien?.
- Yo no soy Pancho Ibáñez
- Vamos Pancho- Decía Anzué mientras me golpeaba el hombro- Déjese de pavadas. Vea, aquí no tiene que disimular nada. Nosotros somos un banco muy discreto-.
Pensé que se trataba de una broma. Miré alrededor e incluso por un momento creí que era un chiste televisivo. Pero el hombre hablaba con firmeza y el gerente afianzaba lo que decía su jefe con una sonrisa, como aprobando las falacias. Intenté explicar, con más argumentos, mucho más sólidos, que yo no era el animador, pero el dueño del banco persistía en creerme Pancho Ibáñez. En vano fue decirle por ejemplo que yo no tenía bigote. No fui escuchado. Cada refutación mía era respondida con una carcajada seguida de un "Pancho, Pancho. Qué gracioso es usted. La televisión lo hace tan serio".
Anzué me pidió (casi suplicó) que pasara a su oficina. Yo fui, mirando para atrás, sin entender mucho, y viendo que la chica de atención al cliente ya estaba trabajando con, precisamente, un cliente. Creo que lo que me llevó a esa oficina fue el desconcierto. Podría haber tomado mi dinero e irme; pero el misterio y lo insospechado de la situación no me dejaban reaccionar. Ya en el despacho el dueño me dijo:
- Mire Pancho, el banco es muy nuevo y nos gustaría, así como una cosa...no lo tome a mal, como una gentileza de la entidad, nos gustaría ofrecerle una muy buena cantidad de dinero por sacarnos una foto con usted-.
En ese instante tuve todos los pensamientos juntos. Creí que hablaba con un loco y no supe qué hacer. Anzué prosiguió:
- Yo le voy a ofrecer cinco mil dólares que tengo acá y usted se saca una foto con nosotros, así la ponemos acá en mi oficina y eso le da una categoría diferente al lugar. Imagínese que viene un cliente y dice "Ah, acá tiene cuenta Pancho Ibañez. Este debe ser un buen banco". ¿Eh? ¿Qué me dice?
- Señor, yo le agradezco la oferta, el único problema es que yo no....- cuando quise completar la frase Anzué sacó los cinco mil dólares de un cajón. - Acepto encantado-
Nos sacamos las fotos. Con el dueño, con el gerente, con los cajeros, pero no con la chica quien no se animó por timidez. No fue tan difícil. No sentí que estuviera estafando a nadie, al fin y al cabo eso era un banco y si un loco estaba al mando, alguien podía decirle la verdad. Pero los demás también me creían Pancho Ibañez. Nadie perdía.
Sin embargo cometí un error: dejé mi número de teléfono en el banco. Pero no lo tomé como un error en ese momento, me estaba llevando cinco mil dólares por sacarme unas fotos y decir que era Pancho Ibáñez... Podría haberles regalado mi teléfono celular.
Una semana después recibí un llamado de Anzué. Cuándo me dijo que era él, pensé que el fraude había sido descubierto. Alguien tendría que haber dicho qué ese no era quién pensaba que era. Pero no. Me llamó para decirme que estaba muy contento y que los clientes le habían comentado que las fotos eran muy buenas y que el banco tenía una mejor imagen. Me pidió que fuera allí para hacerme unas consultas. Si bien sospeché y presentí algo extraño, la intriga, otra vez, fue fuertísima. Llegué, nuevamente con dificultad, pero fui precavido: había llevado unos bigotes postizos que compré especialmente para ese encuentro, y mi sorpresa fue enorme: en las pantallas de plasma salía mi imagen en grande, al lado del gerente y una leyenda impresa que decía: "El banco que elige Pancho Ibánez". Sentí un poco de vergüenza. Algunas personas me saludaron, una señora me pidió un autógrafo y apareció Anzué para llevarme otra vez a su despacho. Me dijo que tenía intención de abrir una sucursal nueva y si me prestaba yo para ser la imagen del nuevo emprendimiento. Le dije que sí, que no había problema. Creo que contesté que sí llevado por la locura del misterio y por los nuevos cinco mil dólares ofrecidos. Sellamos el pacto, de palabra, y pregunté por la chica de atención al cliente. Ese día no había ido a trabajar. Cuando estamos llegamos a la puerta escucho una voz muy familiar, gritando, en cólera. Mis ojos buscan al agitador, intento dar con él y lo encuentro. Como si la paradoja fuera posible, ahí estaba: Pancho Ibáñez. El verdadero, el auténtico Pancho Ibáñez gritando: "¿Quién es el que se hace pasar por mí? ¡Me dicen mis amigos que salí fenómeno en el aviso del banco y yo nunca hice ningún aviso!".
Mientras Pancho gritaba atiné a sacarme el bigote postizo y él me vió en ese momento exacto. Miró el monitor y me reconoció enseguida. Quedamos enfrentados. Como una película. Nos miramos fijamente. Mi negocio se iba a pique. Ya me imaginaba preso por estafar al banco. Quise ganar la puerta, pero quedé paralizado.
-No se puede negar que el parecido es asombroso.- Dijo Pancho, calmando su furia y continuó: - ¡Este hombre es un impostor! ¿Cómo le creen?
- ¡Mentira!- Dije yo, defendiéndome.- Él es el impostor-. Refuté.
Anzué nos miró a los dos. Pude ver mi futuro en ese instante. Todo se derrumbaba. Los clientes nos miraban fijo. El tiempo se detuvo para mí. Anzué abrió la boca. Las palabras tardaron una eternidad en llegar. Mire a Pancho. Miré la puerta y el dueño del banco mirando fijo a Ibáñez exclamo:
- ¡Saaaanto! ¡Santo Biasati!-
La cara de Pancho era la misma que yo tuve cuando fui confundido por él. El desconcierto en todo su esplendor.
- Santo querido, qué bueno que venga. ¿Por qué no hacemos la campaña también con usted? Le ofrezco diez mil dólares por sacarse unas fotos con nosotros- Propuso Anzué.
Ante la confusión me miró y yo en silencio con la mirada le hice un gesto como diciendo: "decí que sí".
Nos sacamos las fotos mientras yo le explicaba a Pancho, en voz baja, el asunto.

Concluí que existe una misteriosa esquina donde algunas personas son confundidas por otras. Qué magia obra allí...no lo sé. Un corner universal en dónde yo soy otro, y ese otro es otro más y así hasta que alguno sea yo. Seguiré buscando la explicación, aunque a esta altura, tal vez me interesa más encontrar a aquel que es confundido por mí. Hoy en la esquina de las identidades cambiadas ante la vista de los otros, no importan tanto las explicaciones. Prefiero el misterio a las explicaciones mundanas y pueriles. Prefiero pensar que alguien es feliz creyéndome otra persona y yo creer que alguien es quien yo imagino o quien me ilusiona.Prefiero creer. En esa esquina o en cualquier otra.
Aún prefiero creer.

3 comentarios:

Mai Lirol Darling dijo...

Y quién carajos es Pancho Ibañez? No olvides a los lectores internacionales del blog.

Anónimo dijo...

parece un cuento de dolina, del barrio de flores, de las esquinas del angel gris. Me alegraste la noche pibe. Panchito..jejeje

GuilleX dijo...

Eselente... si me permite la adulación...

Salutes