domingo, abril 12, 2009

ALEGATOS CELESTIALES

Estoy un poco alarmado porque me han dicho que si muero, en mi condición de agnóstico, voy a parar a un lugar en donde soy recibido por alguien (presumiblemente un ángel, no recuerdo bien) para ser interrogado. La pregunta es fácil: “¿Ahora cree o no?”. Si la respuesta es afirmativa voy al Cielo. Si digo que no, obviamente, al infierno.
Íntimamente creo que cuando uno muere se apaga el mundo; no hay nada más. Pero si hubiera un lugar y uno tuviera que vérselas con esa pregunta de dos opciones, las posibilidades serían un tanto escasas.
Por ejemplo, ¿qué garantía hay de que el que nos pregunta sea realmente un enviado del cielo y no un impostor?
Pero mi inquietud va más allá: no sé si creería, aun viéndome en un lugar medio parecido al Paraíso, pero que no es el Paraíso. Es una pregunta condicionante. “¿Cree o no?”. Necesito más opciones. Podría ser un “¿cree, descree, duda, quiere pasar a visitar para ver si se convence...?”. Pero no, son sólo dos opciones. Por eso yo diría, utilizando el recurso de Barthes, “no acepto los términos de la pregunta”, ya que contiene una afirmación. Si digo que creo, tengo que asumir que hay un Dios, del cual dudo y no tengo pruebas; pero si lo niego, tengo que no sólo que asumir que hay un Dios del cual dudo y no tengo pruebas, si no que debería dar por válida la existencia del Diablo. Por eso la pregunta es capciosa y arbitraria: es lo mismo que preguntar “¿Quiere ir con Dios o con el Diablo?” Hay algo en esa pregunta que coarta la libertad de elección. Quizás no quiero ir con ninguno.
Pero mi interlocutora me explicó que si rehúso contestar no aceptando los términos de la pregunta, entonces debe compadecer mi ángel de la guarda, que viene a ser como un abogado que nunca contraté. Allí hay otro problema, porque bien sabemos que las paredes del infierno están tapizadas de abogados. Se me aclaró que al comienzo, con la creación del derecho canónico, los abogados eran buenos, pero luego se desvirtuaron un poco, y yo agrego que ese desvío se prolongó hasta convertir a los abogados en algo así como ratas (con el perdón de los nobles roedores). Pero bueno, quizás los abogados celestiales sí son de fiar.
Me parece un poco injusto tener sólo esas opciones. Debería existir un Cielo o un infierno para cada persona.
Por poner un caso: un infierno para mí sería un cine en donde se proyecta una película eterna. No es que la película termina y vuelve a comenzar, si no que es siempre la misma cinta con una trama infinita, y el penitente está obligado a seguir eternamente la trama sin posibilidad de distraerse. Yo que me aburro a la hora y media de un film, estar obligado a poner atención perpetua a una película que no termina nunca, con una historia un tanto engorrosa y malas actuaciones, sería estar en mi peor pesadilla.
Pero se sabe que a la hora de elegir cielos o infiernos, cada cual elige el que le conviene.
Por eso, para evitar la pregunta que no quiero aceptar, he decidido tomar la precaución de no morirme hasta los próximos 150 años, más o menos, como para afianzar un poco más mi fe.
Si dentro de 150 años no tengo una decisión tomada, entonces tendré que aceptar los términos de la pregunta. Tampoco es cuestión de despilfarrar el tiempo así como así.

1 comentario:

Alfonsín dijo...

D´Onofrio: sí puede no ir con ninguno: queda como fantasma en la tierra, y le puedo asegurar que no es nada grato: véase la película Gost como ilustración de ese sufrimiento (y quítele todo lo romántico holywudense. quédese con la parte del sufrimiento...)sólo que para eso no tiene que subir, si sube, se encuentra con la pregunta. Así que tome la precausión de negarse cuando muere, y se queda acá como nubecita.