sábado, mayo 31, 2008

BREVE REFLEXIÓN SOBRE LA ESTUPIDEZ EN INTERNET

Recuerdo que mientras estábamos discutiendo sobre la llegada del nuevo siglo –si empezaba en el 2000 o el 2001- y todas las mentiras que eso acarreaba (como el Y2K, una de las farsas más rimbombantes y, paradójicamente, olvidadas de los últimos años) el debate se trasladó a otro lado: cuando muchos expertos en ciencias humanísticas intentaban trazar una línea que pusiera fin a la polémica entre la modernidad y el fin de ésta, la caída de las Torres Gemelas nos agarró a todos muy desprevenidos y tal vez dio paso al comienzo o al fin del post modernismo. El modernismo en sí se acabó desde ese momento y el nuevo siglo XXI inauguraba su etapa de una manera un tanto extraña.
Acabada esa discusión, el auge por el desencanto político tomaba un esplendor alarmante. Las guerras mundiales (mucho más silenciosas que antaño) comenzaban de nuevo y todos acentuaban su suspicacia en lo inverosímil de los medios elegidos y lo cierto y secreto de los fines con intereses económicos (acaso como si las guerras no fueran otra cosa que una forma violenta de imponer intereses económicos).
En Argentina el clima era disímil, pero no tanto. Si bien este país está alejado de conflictos bélicos, la llegada del nuevo siglo trajo ese desencanto político que clamaba por la partida de cualquier hombre con afiliación partidaria. El “que se vayan todos” se escuchaba como si la especie política fuera un contingente de extraterrestres que llegó a invadir la Tierra para exterminar a sus habitantes, y nadie pudiera cambiar el fatídico destino de la especie humana. Algo, pensaron muchos, podemos hacer: gritar “que se vayan todos” y que “el pueblo unido, jamás será vencido”; o “si éste no es el pueblo, el pueblo dónde está”, porque así nos van a escuchar y vamos a utilizar la mejor arma, la queja.
Luego las cosas cambiaron, el desencanto se convirtió en hastío y el matrimonio siguió su rumbo. Pueblo y dirigencias convinieron dormir en habitaciones separadas, tener amantes, no hablarse, pero no separarse...por los chicos más que nada.

¿Y el voto?

No, dejame. Yo no los voté.

Mientras todo se calmaba y volvía a agitarse (porque aun los matrimonios separados en afecto, cuando pelean, pelean fuerte), los hijos miraron algo que sus primos más grandes ya usaban: las computadoras.
“La tecnología llegó para quedarse”, así dicen algunos noticieros cuando hacen un informe intentando explicarle a una persona de más de 60 años, qué es un fotolog.
Hace 20 años hablar de una operación con rayos x era como ser Julio Verne y la máquina de fax. Hoy la tecnología ha ayudado a mejorar la ciencia de una manera notable. El trabajo de investigación con células madres marcó un cambio en lo establecido en el ámbito científico. El avance que prometen estos estudios es incomparable y allí está el post modernismo entero. Claro que no es tan fácil. No es cuestión de jugar a ser Dios creando sangre y haciendo hígados para salvar vidas. “Dios es Dios y con eso no se juega, loco. Si te tenés que morir, te morís”. Así lo han manifestado algunos y la pelea sigue y sigue. Mientras, los más jóvenes, ayunos de estímulos para el pensamiento racional crítico, se volcaron no a la defensa de la tecnología en pos de la ciencia, si no en ponderar lo máximo que podían entender como complejo: internet.
¡Una red que te comunica con todo el mundo en un segundo! ¡Todo está internet!
¿Vos querés saber cómo se escribe una novela, cómo estafar a un banco ó cómo patear una pelota? ¡Buscalo en internet que seguro está!

Resulta extraño y risueño que los modernos ponderen algo que tiene más de 50 años. Desde Intranet hasta aquí pasó medio siglo, pero a nadie le importa. El futuro, una vez más, viene desde el pasado.

“Eeh. Pero no podés negar que la comunicación se mejoró muchísimo”.
Por supuesto que no se puede negar eso. Pero hay un secreto fatal en esa comunicación: esconde una tristeza patológica.
No sería muy lúcido decir que la comunicación de internet sólo nos aleja. No creo eso; pero de ahí a creer que es el futuro...hay un paso enorme.
Las redes sociales crecen, o crecían hasta ayer de una manera que nos pedía que le prestáramos atención. Un montón de gente que no se conoce del todo, pero que más o menos sí se registra entre sí, entablan amistad, mantienen romances, se piden dinero y se suman a “causas políticas sin identidad política, porque yo no creo en la política, viste” (lo cual es una postura política).
Pero la magia terminó. Las redes sociales llegaron a un techo en el que no se les puede pedir mucho más. Se cumplieron tres objetivos esenciales: la gente se comunicó, como primer factor; también ya se han segmentado los gustos de los consumidores “estoy a favor del café Starbucks” (lo que demuestra el real compromiso y el sentido humanismo de los tiempos que corren) y “Chauck Norris me dice que tengo 34% de posibilidades de ser un buen karateca”. Y ya se ha ejercido algo que yo llamo “el bocinazo”: todo lo que le pasa al usuario de la red social puede ser monitoreado por cualquiera. Es muy difícil tener una amante en una red social, porque en seguida una novia regular puede advertir la infidelidad.
Pero en el medio del bocinazo está jugando un factor increíble: la estupidez.
Hace unos días una amiga me mostró el perfil de una amiga suya (primer bocinazo) que contaba lo que estaba haciendo en ese momento (segundo bocinazo). Estaba comiendo pan. ¿Debo repetirlo?: estaba comiendo pan (tercer y fatal bocinazo. La víctima ha muerto).
Aquí es cuando llegamos a la tristeza: uno debe avisar que está comiendo pan, porque se nos pide ser protagonistas de una historia que nadie está contando, y que tampoco nadie quiere escuchar. Estamos obligados a enunciar cada uno de nuestros actos para demostrar una normalidad. Eso es una estupidez, pero una estupidez inducida. Lo que hay detrás de eso es tristeza. Necesitamos explicar lo que hacemos tal vez para no sentirnos tan solos en un universo donde estamos básicamente solos. Estamos tristes y estamos viendo la película de otros donde cuentan cómo han llegado a un supuesto éxito. Estar metido en internet implica demostrarse exitoso y ser tan miserable e inescrupuloso de decirlo. No alcanza con decir “soy feliz” (si tal cosa se puede), hay que demostrar que el suceso nos corresponde y que depende de uno, etc, etc, etc.

Todo esto es sólo una falsa percepción de la sabiduría. No en vano Sócrates dijo que no sabía nada. Aquel que sabe que sabe algo, entiende que no comprende ni una milésima de la complejidad de las cosas, y allí radica la angustia. El que más sabe se calla por elegante, pero también porque apenas conoce el asunto.

La claridad de las cosas es un engaño para estúpidos. El bocinazo es una distracción de lo elemental de la vida. Muchos nos moriremos sin saber cómo se duplica una célula artificialmente. Pero si nos dedicáramos a usar el conocimiento tecnológico en defensa de la investigación y del verdadero avance, y no del café Starbuck´s, tal vez el velo del misterio no se corra del todo, pero si se transparentará un poco.
Dejar de lado el no compromiso, desde la política hasta la tecnología, nos hará hombres más lúcidos, nos dará otra perspectiva y nos ayudará a sobrellevar la angustia de conocer algunas cosas. Porque el que sufre por saber, el que vive la angustia de saber que las matemáticas son eternas, igual que la soledad del universo, también tiene más capacidad para gozar de todo aquello que sí logra entender. Cuanto más se entienda sobre la complejidad de las cosas, más sufriremos, pero también más disfrutaremos de esa pequeña porción que logramos conocer y nos sentiremos motivados en encontrar lo que falta, aun sabiendo que tal vez todo sea en vano.

Buscar la felicidad como un estado constante es digno de un loco. Entender que son apenas momentos efímeros y asumirlo así, nos dará mayor capacidad para disfrutar de eso cuando suceda.

Todo lo demás, es accesorio y, sospecho, no lo sé, hecho para los torpes.

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