sábado, agosto 18, 2007

LOS ETERNOS PASILLOS

Pasé noventainueve días intentando entender el funcionamiento de la máquina, pero parecieron años. Tal vez fueron años.
Como una ironía, perfecta e inobjetable, un mecanismo (que apenas creo entender) me trajo a esta casa.
Es una casa apartada, pero no lo suficiente. Ya la conocía.
La casa tiene una particularidad: es infinita. No hay forma alguna de recorrer todos sus pasillos. Es también imposible acceder a este lugar si no es a través de la máquina.
Un vendedor marroquí- viejo y mentiroso (así lo creí la primera vez)- me explicó, hace unos seis años, que la máquina tenía la virtud de enajenar a cualquier hombre. No existía persona alguna en el planeta (así dijo) que no se doblegara ante el poder del artefacto. Por supuesto que yo poseía muchísimo dinero en aquel entonces y la compré como un objeto de colección. Durante mucho tiempo me limité a observar ese adefesio lleno de botones y perillas. Nada que nos haga suponer algo de una tecnología superior.
Un día el marroquí llegó a mi casa. Dijo que por estima hacia mí (una mentira piadosa, debido a que luego me hice cliente habitual de él con sus mercaderías obsoletas) tenía que advertirme sobre mi máquina: no debía intentar usarla nunca. Le pregunté el porqué de ese aviso en ese momento y no en el momento de adquisición. Me explicó que no le importaba quien la tuviera mientras pagara por ella, pero que ahora debía, en vísperas de su muerte, evitar que la utilizara.
- Muchos hombres no han vuelto jamás de ese viaje. Muchos hombres han enloquecido. Pero algo peor sucedió: algunos aún divagan en la casa eterna. Yo estuve allí. Sus paredes no tienen fin. Esa casa fue construida por el diablo.
- Bah-. Le dije al viejo mientras esperaba que intentara venderme algo.
- Cierto es- prosiguió- Yo los he visto, arrodillados rezando por salir. Nunca mueren. Sólo están ahí. Logré escapar por el pasillo menos pensado y al salir las letras fueron claras: "morirá en cuatrocientos días".
- Entonces muérase afuera.- Dije como refutación, y eché al viejo a la calle.
Su advertencia volvió más interesante la estúpida máquina.
Al otro día me dirigí al pueblo y me enteré que el marroquí había muerto esa mañana.
Su muerte volvió muchísimo más interesante a la máquina.
De vuelta en la estancia hice lo que no debía: encenderla. Moví las perillas, toqué todos los botones y quedé paralizado. No podía moverme aunque sí tenia conciencia de todo aquello. Luego me desmayé
Desperté en la casa de la que el vendedor hablaba.
Los cuadros eran de viejos amores míos. En las mesas habían objetos que alguna vez tuve y supe perder. El piso era circular y un pasillo parecía ser la salida, pero dentro de ese pasillo había muchísimos pasillos más. Cuando me cansé de recorrerlos (no pude ni siquiera entrar en la mitad), busqué el pasillo central, pero ya no existía. Cada recorrido daba a otro lugar circular con las mismas fotos y las mismas cosas.
Me paré en el medio de uno de esos círculos, cerré los ojos y escuché plegarias. Cuando abrí los ojos, ahí estaban esos hombres arrodillados. Algunos lloraban, golpeaban las paredes. El miedo no me dejó pensar y corrí sin dirección. A cada paso había una persona buscando una salida. la presión empezó a bajarme y me volví a desmayar. Cuando desperté estaba al lado de una puerta, solo, y al costado escrita una leyenda que decía: "morirá en cien días".
No recuerdo como salí de ahí, pero, como ya he dicho, durante noventainueve días revisé la máquina sin interferir en su acción (o inacción, ya que en verdad nunca la hice funcionar). Hice bocetos y diagnósticos de supuestos modos de operación. Entendí que si el viejo marroquí tenía razón, moriría en cien días, pero si volvía a la casa, podía escapar de ese destino.
Así lo hice. Volví.
Ya estuve aquí, y estaré mucho tiempo.
No hubo peor escape que este. Ahora soy un muerto más, mientras aquí soy inmortal. De nada sirve. Ya no busco la salida; sé que no está en ningún lado. Sólo veo fotos viejas y entiendo que la condena es el recuerdo de todo aquello que no volveré a ver jamás y ese sólo detalle, convierte a esta casa apartada, en el peor lugar del mundo.
Este es el mismo infierno.
Sólo me queda rezar.

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