lunes, julio 31, 2006

EL FALSO PUNTO

Salí de la clínica médica en la calle Perón esta tarde, después de realizarme unos estudios, y me dirigí hacía la avenida Callao. Cuando estaba llegando a la esquina de Corrientes escuché el llamado de una persona: -¡D´Onofrio!-gritó.-¡Che D´Onofrio!-. Me di vuelta enseguida. Me sorprendió muchísimo que alguien me llamara por mi apellido y de una forma tan notoria en pleno centro. Era un hombre grande, no puedo precisar la edad, pero tenía cerca de 50 años, o al menos asi aparentaba. Por supuesto yo no conocía a esa persona, pero me quedé parado esperando a que se acercara más por sorpresa que curiosidad.
-¿Cómo andás D´Onofrio?-preguntó sin yo tener mucha reacción mientras intentaba ver si recordaba a este hombre. En vano fue esforzar la memoria ya que en un segundo se presentó dándome la mano: -Soy Carlos Daneri- me dijo y la confusión se hizo peor porque el nombre me resultaba demasiado conocido pero el aspecto del sujeto no. Argumentó que era profesor titular de una cátedra de literatura española que lleva su nombre en la facultad en la que yo estudiaba y que me conocía de vista fomentado por los comentarios de profesores colegas que sí habían sido profesores mios (yo jamás estudié literatura, pero esta carrera compartía materias y profesores con la carrera que alguna vez abandoné).
Otra vez la sorpresa: el señor Daneri no sólo me había reconocido, si no también llamado por mi apellido que recordaba muy bien, a la vista de todo el mundo y me saludaba de una forma entusiasta y para terminar (o comenzar) de agrandar la confusión decía que algunos profesores mios habían hecho comentarios generosos como para provocar que un catedrático anduviera en reparos sobre mi pobre figura. Por supuesto que esos comentarios no eran sobre mis calificaciones, si no más bien sobre mi conducta. Dijo que estaba encantado con esos comentarios acerca del alumno "atorrante y charlatán que se las sabe todas". Me sentí ligeramente halagado por eso. Cuando esos adjetivos son puestos por la policía son palabras sensibles (por no decir sinónimos) que pueden ser una puerta a problemas; pero dicho por un profesor de literatura española es casi una coronación.
Intenté de nuevo recordar algún lugar donde yo haya coincidido con el profesor, pero no podía. Le pregunté como me había reconocido y dijo que me había visto en el bar de la facultad muchas veces y allí en bromas mias con otros profesores salian los comentarios que derivaron en mi modesta popularidad. Dijo, mientras caminabamos en dirección a la calle Tucumán, que había leído trabajos prácticos mios de filosofía, sicología y sociología y que la forma de escribir, las inumerables citas ocultas mezcladas con la prosa propia y el estilo "prolijamente decadente" (asi dijo) era lo que la literatura necesitaba. Que las letras requerían de forma inmediata de sangre de atorrante y charlatán. Intenté explicarle, en medio de los agradecimientos, que esos textos eran simples robos, algunos de ellos textuales, y que escrbir un trabajo práctico con un libro de Proust en la mano y las ideas recién tomadas de Freud era una cosa muy fácil.
-Lo fácil es lo más difícil en el mundo- me refutó de una manera casi violenta y acto seguido intentó persuadirme para retomar mis actividades universitarias. Me negué con la astucia de aquellos que dicen algo por reflejo. Por supuesto que no logré nada, asi que tuve que explicarle que mi vida estaba tomando otras aristas. Durante diez minutos habló sin parar acerca de las ventajas de escribir; lo hacía de forma extravagante, con la afectación típica de los escritores que se saben buenos. A cada rato parabamos en las librerías de la avenida y el profesor hacía comentarios de los libros y de los autores (hizo una crítica muy aguda sobre Lugones) y después habló maravillas sobre si mismo. Encontramos en dos o tres puestos unas obras poéticas suyas muy reconocidas y premiadas, cosa que yo desconocía en absoluto. Le comenté que jamás, por desgracia, había leido un libro suyo y en ese momento, mirandome fijo, con media sonrisa dijo: -"Marcelito, claro que me leiste"-. Le dije otra vez que no y que si lo hice fue en algún texto que no recordaba. Le expliqué esto con cierta congoja y verguenza; al fin y al cabo el hombre me había reconocido en la calle por méritos ajenos y distantes a los mios y yo no podía recodar siquiera su cara.
-No sólo me leiste, también me citaste en un parrafo- continuó confundiendome del todo. -Claro- dijo -¿No recordás aquello de "¿color? blanquiceleste"?-
Se detuvo el tiempo, aunque sea en mi mente. Recordé en ese segundo quien era ese hombre.
-Carlos Daneri... ¿Carlos qué?- le pregunté con firmeza
-Carlos Argentino- dijo y se rió.
En ese instante me di cuenta que estaba hablando con un loco.
Carlos Argentino Daneri era un personaje de un cuento que había leido por ahi en algún momento. Todo lo que dijo, me di cuenta, era falso, él mismo era falso, y de existir tendría más de cien años. Siguió riendo muy fuerte y el tiempo era eterno. Pensé que yo mismo estaba loco. Quería irme, despertar. Comprendí todo, pero no entendí nada. Y otra vez al igual que su inventor, pude ver en esa mentira todo el tiempo junto pero no superpuesto. Todas las letras escritas e incluso las que no se habían escrito aun. Todas las aguas. Todas las tierras. Todas las caras.
Falso punto donde se encuentran todos los puntos. Sabía yo que el punto era falso por advertencia anterior, pero no pude apartar la mirada. La locura era la puerta a todas las respuestas, o al menos, a todas las preguntas.
No se siquiera donde estoy ahora, aunque lo sé. No sé siquiera si sigo siendo yo, aunque sea yo.
Y aunque todas las imagenes se convirtieron en una y una en todas, la imagen es siempre la misma. Tan igual que la pregunta.
El universo es muy chico y a la vez inalcanzable.

Dedicado a J.L.B