domingo, octubre 17, 2010

EL SUEÑO, DIEZ LETRAS Y LA MUJER DEL REGRESO

Se me ha revelado, a través de un sueño, una combinación que, en conjunto con otra, funciona como clave (si se me permite la palabra) a una segunda (en verdad sería una tercera) combinación que explicarían los misterios que escribió Thíose en los Kyrodos.
No he soñado porque sí: hace años que intento encontrar alguna respuesta a los misterios de estos textos. Creo que cualquiera que se haya encontrado con los Kyrodos ha intentado alguna vez descifrar los enigmas. La recompensa es mucha: “Thíose y la forma del Regreso Eterno son la misma cosa” escribió el helénico Tálanos en el 200 AC. No ignoraba esto tampoco Schopenhauer que intentó cientos de páginas al respecto. No mencionar a Borges sería algo parecido a una infamia; fue él quien descubrió la secreta influencia de esta búsqueda en Russell y en la asombrosa oposición de Nietzsche al explicar con el segundo principio de termodinámica la imposibilidad del Regreso.
Siglos de estudios terminaron en hartazgo; ya nadie se preocupa por los Kyrodos.
Nadie ignora –hay que admitirlo- que todos los estudios sobre estos textos son infructuosos. Cada pista lleva a otra y luego a otra y así varias veces (la mayoría de las veces veintinueve) hasta que desemboca en el laberinto recto que también menciona Borges –con toda intención de seguir provocando pistas falsas- en La Muerte y la Brújula: A, B, C, D, y así los infinitos puntos.

La clave que soñé encuentra su explicación en el idioma analítico de Wilkins: cada letra es un símbolo que bien podría representar un verbo. Soñé nueve acciones y a una mujer (diez letras). Desperté con la convicción de haber encontrado en ese sueño una respuesta lejana a las convenciones ya escritas por los maestros. No hubo necesidad de ordenar las letras y sus significados; quien sueña una respuesta sabe si está en lo correcto o no.

Derbell escribe en Tratado del Regreso una curiosa analogía: “Se puede buscar la inmortalidad, (...) no tiene ningún sentido. No puede haber peor condena. Nadie ignora que hasta que se encuentre el lugar que amplía todos los sentidos, el punto íntegro de la historia como sostenía Marco Aurelio, lo más cercano a la inmortalidad será el amor”. De algún modo suscribo con Derbell.

La mujer que he soñado (sin posibilidad de que intervenga el azar) fue un viejo amor. En uno de los nueve capítulos del sueño menciona la historia de los heresiarcas; en otro la Crucifixión; en otro una teoría apócrifa acerca de una moneda que Judas habría guardado para garantizar su condena eterna modificando la historia de los 30 dineros por 31; en otro el constante regreso del Hijo a lo largo de los siglos; otro sobre los nuevos herejes camuflados entre la gente común y casi inadvertidos; otro sobre los eternos flagelos que recibe el Hijo hasta el fin de los tiempos en diferentes formas; así ocho veces. En la novena parte ella menciona mi nombre, el suyo, y refiere al romance que hemos tenido. Allí las diez letras.

Sé que debo combinarlas con otras; lo que no sé es si también deben ser diez. Sin embargo sospecho lo siguiente: las letras de su nombre, en alguna combinación distinta, forman una nueva acción que representa otra letra. Las distintas combinaciones deben formar otras letras y otras nueve acciones; luego, como un misteriosísimo álgebra, se juntan las letras y se combinan hasta dar con una nuevo significado que será la clave.

Mientras escribo esto recuerdo a la mujer de mi sueño y creo, igual que Derbell, que es ella quien me acerca a la inmortalidad. Sin embargo sé que he seguido pistas falsas otra vez; sé que el Eterno Retorno es falso. Volver a un lugar no significa que uno se pare exactamente donde estuvo antes. Teniendo en cuenta eso, todo lo que se busca se pierde en el intento. El tiempo que parece volver es un engaño. Con esto quiero decir que nadie es el mismo; nadie regresa, aun cuando parezca que lo hace.

Quizás el misterio y lo irresistible de los Kyrodos radica en eso, en la aparente imposibilidad de resolución, y en dos contradicciones. La primera es quien haya seguido esto que escribo ha seguido también una pista más de las miles que hay (todas inciertas). Sin embargo puedo decir que quien se encuentre con veintiocho pistas más advertirá algo distinto; algo así como la rara sensación de estar volviendo a algún lugar.

La segunda es que quizás –como otra de las contradicciones, tal vez la peor- el Regreso no es otra cosa que la aceptación de la mortalidad; de no otra cosa que el común destino humano. El Regreso es la reducción de todos los hombres a uno solo. Yo, igual que cualquiera, soy todos, y allí están (todos) los Regresos y sus eternas contradicciones. Allí está el atormentador laberinto recto, allí está la traición de los treinta dineros; allí está el sueño que se divide en nueve y forma un nuevo sueño. Allí está la mujer que habla que significa la décima letra. Ella es también Thíose, y yo soy Thíose después de dos mil años; y soy el que escribe, y soy vos que leés.